Las señoras de mi barrio tratan de comprender al vecino.
Se levantan en la mañana y cuando el sol permite que la sombra cobije sus figuras, llaman a Dinki, su perrito peluche, y se sientan a hablar de lo que pasa en la calle, de si llegó Pedrito o se fue Sarita, de los nuevos planes de este año, de la última noticia en la televisión...
Y Dinki parece agradecer este tipo de conversaciones. Se está muy tranquilo entre los brazos de su dueña, y mira al vecino, y ladra al extraño que camina frente a él como un celoso guardián que vela por lo que se habla a su alrededor.
Cada día, después de los quehacer hogareños, en las apacibles mañana y atardeceres, las señoras de mi barrio hacen el mismo ritual, cual compromiso con su cuadra y sus vecinos, con ellas mismas.
Y la gente las saludan, y les preguntan sobre las últimas noticias del barrio, de la cuadra, y hasta de la ciudad. Y ellas se sienten importantes, y hablan y descubren hechos y marcan pautas en determinados temas, porque saben que su labor es reconocida por quienes las ven frente a su casa, en una posición bonita, acogedora, que incita a la conversación.
Así son las señoras de mi barrio, dos elementos imprescindibles de mi cuadra, que añora su presencia cuando se demoran un poco en salir, porque ellas y su mascota, se han convertido en algo natural para el vecindario, que la ven con buenos ojos, con los ojos del corazón.
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