El Valle de los Ingenios es uno de los lugares más emblemáticos de cuba, y de los conjuntos
arquitectónicos más completos y mejor conservados de América.
Este valle
se encuentra en Trinidad, actual provincia de Sancti Spíritus, y fue una de las
primeras villas fundadas en Cuba. En su entorno se encuentra la famosa Torre
Iznaga, que encierra una buena dosis de leyenda, vinculada con la historia de
los hermanos Iznaga, acaudalados hacendados de la época y dueños de varios
ingenios dedicados al procesamiento de la caña de azúcar.
Según una
de las leyendas, la construcción de la Torre Iznaga se debe a la disputa
amorosa entre ambos hermanos, enamorados de la misma joven, y en una plena
competencia decidieron edificar cada cual, una obra que definiera quién se
quedaba con la muchacha.
Dicen que
Alejo, uno de los Iznaga, levantó una torre de 45 metros de altura mientras su
hermano Pedro perforó un pozo de 28 metros de profundidad, del cual todavía hoy
beben agua pobladores de la localidad.
Otra de las
leyendas asegura que la edificación de la Torre Iznaga fue ordenada por Alejo
para encerrar en ella a su infiel esposa, y sus esclavos levantaron la bella
obra que iluminó el Valle de los Ingenios, tanto por su altura como por su
belleza en medio de aquel lugar.
No se sabe
a ciencia cierta cuál de las leyendas le dio vida a la Torre Iznaga, mas lo
que sí es real es el simbolismo de la obra para la región, y hoy, al paso de
los años, es uno de los signos de riqueza que predominaba en la villa de
Trinidad, sustentata por el desarrollo de la industria azucarera, el comercio y
el turismo.
En lo
sucesivo, al amanecer nueve campanazos despertaban a la dotación de esclavos con sus del Ave María, para la asistencia al trabajo agrícola y, por la
tarde, anunciaría el final de la jornada.
Hoy la
torre es uno de los más bellos monumentos de la cultura nacional, y cuentan los
vecinos que en las noches claras, en los últimos pisos de la torre se ve la
silueta de una bella mujer que ilumina el lugar, y por las ventanas se ve su
rostro con sus ojos fijos en el valle, siempre con una lágrima que rueda por
sus mejillas, porque aún llora el encierro por los celos de su esposo.
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