La primera vez que supe de
Yaicelín Palma Tejas yo trabajaba en TeleSur, en la sede central de Caracas, un
día cualquiera casi a finales de 2016. Fue una tarde en que revisaba Tiempo21 y
vi su foto en los créditos, y confieso que a primera vista no me cayó bien
aquella joven a la que nunca había visto en las prácticas de los estudiantes
de Periodismo.
Creo que hasta por el chat
de facebook pregunté quién era a uno de los de mi equipo de Tiempo21, y la
respuesta fue rápida: «es una de las recién graduadas de la Universidad de
Camagüey». Entonces me puse a leer aquel primer texto y en verdad la muchacha
escribía bien, pero seguía mirando la foto y no me caía bien, aunque no sabía por
qué.
Así pasaron los meses y
cada vez que revisaba Tiempo21 me encontraba alguno de sus textos, y hasta me
agradaban, porque en verdad eran buenos, pero su cara en aquella foto de los
créditos no me caía bien, ya fuera por su mirada fija en mí, ya fuera por cierta
señal de altanería que denotaba su rostro (en aquel momento nada bonito para mi
gusto), y, como estaba tan lejos, pues acepté que escribiera en mi medio
tiempo21 (del cual no soy dueño pero me lo creo), porque en realidad nada podía
hacer, y solo me conformaba cuando pensaba, a veces en voz alta: «cuando
regrese ya sabré quién es la tal Yaicelín».
Y así el tiempo, inexorable
en su paso, transcurrió como buena muestra de que según ha dicho algún
ensayista, Dios lo mejor que ha hecho es un día tras otro, hasta que regresé a
Cuba, el primer día de julio de 2017, siempre con la curiosidad de comprobar en
vivo y en directo quién era aquella muchacha que escribía bien pero que me caía
mal.
No recuerdo si fue el
mismo día que llegué a la emisora después de un año y un poco de ausencia, ni
en el momento exacto en que nos encontramos informalmente, en un pasillo o en
el parqueo creo, sin que nadie nos presentara, y cuando la vi frente a mí aquellos
prejuicios en la distancia comenzaron a ceder ante la curiosidad por saber qué
había detrás de aquella muchacha tierna y linda, que nada tenía que ver con la
foto que veía del otro lado del Caribe, con su mirada inquisidora.
Unos días después, al escucharla
hablar en una asamblea, ya no me quedaron dudas: Yaicelín era una profesional,
en formación pero una profesional, que no solo escribía textos de lujo, para Tiempo21
o para la radio, sino que su nivel de razonamiento estaba muy por encima de su
edad, cuando de madurez se trata.
Entonces comencé a mirarla
en silencio, a seguir sus pasos profesionales, y cuando ya no tuve ninguna duda
de su capacidad profesional y emprendedora, le propuse que integrara mi equipo
para el canal tiempo21 Video-TV.
Después de escucharme me
miró con cierta duda (porque no le gusta la televisión como medio), sonrió y me
respondió con algo así como ¿usted cree?, y aquel usted me estremeció porque no
me gusta que me traten así, lo cual comprendí luego por su falta de confianza y
hasta por cierto respeto, y como un contraataque yo también comencé a tratarla
de usted (algo que tampoco le gusta) hasta que otro día cualquiera comenzamos a
tutearnos como los colegas que éramos.
Ya con su aprobación
comencé a hacerle pequeñas pruebas de cámara y ¡exactamente era la imagen que
buscaba para el canal!, quizás la cara de nuestro medio para Internet (sin
desdeñar al resto de las muchachas de mi equipo que también son bellas y estelares)
y la puse a improvisar y ¡bien!, pasó la prueba con resultados sobresalientes y
la mandé a la calle a reportar en imágenes.
Ahora, con el paso del
tiempo (un poco nada más), confieso que Yaicelín todos los días me supera, y,
sobre todo, me asombra, me sorprende y me hace sentir orgullo por lo que es y
por lo que hace, porque es la cara de tiempo21 Video-TV, y no hay una idea que
le proponga que no la asuma con el corazón para al final traerme un producto de
gran factura estética. ¡Y hasta me discute ante un plano, una escena, una forma
de hacer!, y yo solo la miro y me sonrío, porque la mayoría de las veces tiene
razón y ya lo dije pero lo repito: me supera, algo por supuesto que me llena
de regocijo, de felicidad, porque no todos los días uno encuentra una muchacha
de 24 años con tanta profesionalidad en lo que hace.
Por eso hoy me siento plenamente
feliz, por tener en mi equipo de trabajo a una profesional como ella, que cada
día llega a la redacción como el viento interrogador, para terminar un material
periodístico o proponerme una idea nueva, renovadora, siempre con el ansia de
la primera vez; discutir ante un plano, una escena, o un trabajo con Angel
Luis, su fotógrafo-camarógrafo, cual binomio que se quiere y a veces hasta se
odia, pero siempre juntos porque se prefieren el uno al otro, y echar a andar
su imaginación (vigorosa y prolífica) para seguir creando.
Y ya cuando se va, siempre
se detiene y me dice, cual sentencia: «a ese trabajo lo único que puedes
cambiarle es el título». Y se marcha oronda, desafiante, estremecedora, regando
con su efluvio la simiente que hace felices a los demás, mientras la tierra le
besa los pasos, porque ella es de las que saben amar, al decir de Silvio
Rodríguez.
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