Tengo
un amigo que hace cinco años se fue en busca del sueño americano.
“Me
voy para mejorar económicamente”, le dijo un día a todos y dejó atónitos a
quienes lo conocíamos de cerca.
Mi
amigo era un cirujano reconocido en la ciudad de Las Tunas, al oriente de Cuba, con un prestigio ganado
desde las aulas del Instituto Superior de Ciencias Médicas, y un reconocimiento
social muy grande. Mas, así y todo decidió buscar fortuna en el norte.
Pocos
días antes de marcharse, aseguraba a sus amistades que en cuanto llegara a
Miami comenzaría a trabajar en la clínica donde laboraba un primo, y después de un corto
tiempo, revalidaría su título para desempeñarse legalmente como médico.
Al
cabo de estos cinco años, las últimas noticias que llegan por otros cubanos que
viven allá y vienen de visita a Las Tunas, es que está laborando como empleado
en un centro de salud, en espera de hacer todo cuanto había previsto.
“Él
está decepcionado, y más que decepcionado frustrado por no poder trabajar en lo
que constituye su vida: la medicina, y en especial la cirugía”, ha dicho un
amigo que acaba de llegar de Miami.
Dice
que cada día, cuando llega a su casa, la nostalgia lo envuelve. Hasta ahora
todo cuanto pensó y le prometió su primo no ha podido ser. Su frustración es
muy grande y constantemente expresa su añoranza por Cuba. Él no entiende que no
pueda trabajar en su profesión, que no pueda realizar las brillantes
operaciones que hacía en el hospital Ernesto Che Guevara, que no tenga el
reconocimiento social del cual gozaba aquí.
“Si
vivir bien es tener una casa con comodidades, un automóvil, mucha ropa y
abundancia en la cocina, yo vivo bien, pero ¿y lo demás?”, confiesa en una
carta a su hermano.
Y
entonces resulta increíble ver cómo una persona como él, que en Cuba tenía su
casa, un auto y no le faltaba la comida ni la ropa, esté completamente
frustrado porque carece de muchas cosas como persona, como ser social.
¿Será
que la felicidad está más allá de lo material, donde nace y termina el alma?
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