Cuentan que siendo un niño vendía tamales, bocaditos
de cerdo asado y en sus “tiempos libres” limpiaba zapatos por las calles de la
entonces ciudad de Victoria de Las Tunas, en el oriente cubano.
Era un niño muy despierto, y aunque estudiaba tenía que ayudar al sustento familiar de cada día, y desandaba de un lado a otro en el afán de llevar algunos centavos para el hogar, pero cuando pasaba por un campo de pelota improvisado, donde chicos como él jugaban béisbol de barrio, se le olvidaba todo, y tenía que ponerse fuerte para seguir en sus labores.
Así de penetrante en su mente y su cuerpo era la
pelota, quizás porque la llevaba en los genes que había heredado de su padre, o
porque deleitaba su espíritu esa magia que se establece entre pitcher y
bateador, hasta que un día se hizo pelotero y dicen que jugaba muy bien.
Por eso cuando se empinó sobre el suelo, y pudo tomar
su verdadero rumbo, después del triunfo de la Revolución cubana el
primero de enero de 1959, Juan Emilio Batista
Cruz se involucró completamente al proceso que cambió la vida del país,
militó en las filas de los Jóvenes Rebeldes y un día, cuando ya estaba maduro
en sus pensamientos, se fue hacia su otra gran pasión: el periodismo, y
empíricamente –y con su talento, claro- comenzó a emborronar cuartillas hasta
que se convirtió en profesional graduado en el primer egreso del curso para
trabajadores de la
Universidad de Oriente.
Y aunque escribía de cualquier tema en los noticieros
de radio y los periódicos de turno, su otra gran pasión era el deporte en
sentido general y el béisbol en lo particular y el periodismo deportivo lo
atrapó para siempre.
Yo lo conocí siendo un niño, cuando andaba con mi
padre –pelotero también- por cuanto juego de béisbol se celebraba, y Juan y mi
viejo andaban enrolados en los apasionantes partidos que se celebraban entre
empresas, y yo detrás de ellos.
Después, al fundarse el diario 26, allá por julio de
1978, yo era fotograbador y fotorreportero, y como a mí también me gustaba el
deporte, siempre hacía un tiempo para llegarme hasta su departamento, y
preguntarle por esto o por aquello, y el día que le escribí un texto deportivo
y él lo leyó, me dijo con asombro: “¡pero tú puedes ser redactor!”, y se lo
enseñó a otros colegas para que corroboraran lo que afirmaba.
Ya de redactor en el diario, le enseñaba a Juan Emilio
cuanto texto escribía, y cada conversación con él era una clase de periodismo y
mis cuartillas salían embarradas de su tinta para que las hiciera mejor. Y así
pasó el tiempo.
Un día Juan Emilio marchó a Angola, como reportero de
un periódico de la misión cubana en el país africano nombrado Verdeolivo en
misión internacionalista, y 26 recibía semanalmente sus Crónicas desde Angola, y Tuneros
en Angola, en las que mostraba sus dotes como periodista integral, que
trasladaban al lector hacia el África, con su verbo fino y su capacidad de
narrar hechos históricos, costumbres, accidentes geográficos, entrevistas de
combatientes cubanos en el lejano país.
Ya con el paso del tiempo, como no podía jugar béisbol, se dedicó a ser pitcher de los equipos del softbol de la prensa, y con una bola sin mucha velocidad pero enmarañada, hacía estragos a los bateadores contrarios, y era toda una fiesta cada vez que lanzaba.
Ya con el paso del tiempo, como no podía jugar béisbol, se dedicó a ser pitcher de los equipos del softbol de la prensa, y con una bola sin mucha velocidad pero enmarañada, hacía estragos a los bateadores contrarios, y era toda una fiesta cada vez que lanzaba.
Otro día cualquiera, después de 42 años activos en la
profesión, Juan Emilio se jubiló, pero como bendición o castigo no puede
desprenderse de su ordenador y tiene que escribir todos los días, ya sea para
su blog, o la sección De la
historia del deporte en Las Tunas para Tiempo21,
o para 26 digital, o para la historia,
a través de sus libros.
Próximo a cumplir los 70 años de vida, el 9 de octubre
de este año, Juan Emilio es hoy una persona privilegiada por muchas razones:
por sus dos hijos: Norge, insigne trovador y voz líder de ese movimiento en Las Tunas y Noide,
brillante oncólogo que labora en el Hospital
Hermanos Ameijeiras, de La
Habana; sus amigos, sus compañeros de profesión que siempre están al tanto
de El Charro, como se le dice en el
gremio, por su trabajo certero cuando se necesita en la Unión de Periodistas…
Y para suerte de todos, Juan sigue siendo un voz
autorizada y necesaria cuando se precisa de una opinión dentro del gremio, y si
es de deporte o de béisbol en particular y usted quiere un análisis de cómo marcha
la Serie
Nacional pregúntele, “búsquele la lengua” y tendrá una disertación llena de
pasión que lo aclarará o lo sumirá más en sus dudas de cuál será el próximo
equipo campeón de Cuba. Pregúntele, vaya, pregúntele.
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