Foto: Pablo Strubell |
Quizás en ese instante se haya sentido un poco turbada ante la andanada de palabras que alguien más bien lejano, ha bombardeado sobre esa propia mirada fija en la pantalla del ordenador, porque, confundida, no entiende por qué después de tanto tiempo.
Bien, tiene razón en parte, porque
el tiempo ha pasado y sin embargo para mí todo empezó de pronto, cuando hace
poco llegó sin avisar, como el viento interrogador, y trastocó mis sentidos con
su aliento, lejano, pero perceptible, con sus pasos seguros, con su figura rodeada
de ese efluvio que no puede ser humano.
Después volvió y se acrecentaron en mí los deseos, las ansias de mirarla, en silencio, de contemplar su belleza lejana, de imaginarme cabalgando en su costado, juntos, muy juntos, pescando el sol de la mañana, o el último grito del atardecer.
Y llegó el clímax, y la vi orgullosa, y volví a sentir su aliento esta vez un poco más cercano, y quise sentirla mía cuando apretaba el obturador de mi cámara para dejarla plasmada para siempre en mis pupilas, en mi lente, en mi vida. ¡Y la sentí mía, solo mía!
Y ahora me pregunta qué espero de ella.
Pues espero sentarme un día -no lejano- a conversar en un lugar tranquilo, donde solo estemos ella y yo, para intercambiar ideas, miradas, inteligencias, voces, gestos, caricias imaginadas, amores imposibles, deseos imposibles, futuros imposibles, presentes imposibles. Y después que eso pase, después que me haya llenado de ella, puede suceder cualquier cosa, puede que nunca más nos veamos, nunca más me mire, nunca más me permita acercarme, aunque creo que la tristeza sería mortal.
Entonces, solo entonces, ansiaría que todo fuera real, y yo pudiera, con la prisa de un siglo, un pequeño siglo, recorrer su cuerpo con los pasos de la oruga, oliendo todo, probando todo, llenándome de todo, hasta llegar al musgo de su inocencia y quedarme para siempre en sus arcanos.
Después volvió y se acrecentaron en mí los deseos, las ansias de mirarla, en silencio, de contemplar su belleza lejana, de imaginarme cabalgando en su costado, juntos, muy juntos, pescando el sol de la mañana, o el último grito del atardecer.
Y llegó el clímax, y la vi orgullosa, y volví a sentir su aliento esta vez un poco más cercano, y quise sentirla mía cuando apretaba el obturador de mi cámara para dejarla plasmada para siempre en mis pupilas, en mi lente, en mi vida. ¡Y la sentí mía, solo mía!
Y ahora me pregunta qué espero de ella.
Pues espero sentarme un día -no lejano- a conversar en un lugar tranquilo, donde solo estemos ella y yo, para intercambiar ideas, miradas, inteligencias, voces, gestos, caricias imaginadas, amores imposibles, deseos imposibles, futuros imposibles, presentes imposibles. Y después que eso pase, después que me haya llenado de ella, puede suceder cualquier cosa, puede que nunca más nos veamos, nunca más me mire, nunca más me permita acercarme, aunque creo que la tristeza sería mortal.
Entonces, solo entonces, ansiaría que todo fuera real, y yo pudiera, con la prisa de un siglo, un pequeño siglo, recorrer su cuerpo con los pasos de la oruga, oliendo todo, probando todo, llenándome de todo, hasta llegar al musgo de su inocencia y quedarme para siempre en sus arcanos.
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