Góngora, así de simple, ha
muerto, en un día triste, en una tarde medio fría y más triste todavía. Se ha
despedido de la vida después de luchar por más de un año contra un cáncer que se
ensañó con él, que nunca se había enfermado y a quien todos celebrábamos por su
salud de hierro porque no le daba ni gripe.
Aun cuando era una muerte
esperada porque estaba muy enfermo, fue como un mazazo cuando me lo dijeron en
la redacción de Radio Victoria, y a mi mente llegaron de golpe todas las
anécdotas de nuestra juventud, cuando se iniciaba el periódico diario en la naciente provincia de Las Tunas.
Entonces me fui hasta la
funeraria, y me llené de fuerzas para entrar a la capilla donde estaba tendido
el cuerpo sin vida de mi maestro, de mi amigo, y no pude evitar las lágrimas
cuando Niurka, su esposa, se abrazó de mí llorando, y hablamos en pocos minutos
de su vida, de sus últimas horas, de sus cosas.
Mi relación con Oscar
Leandro Góngora Jorge data de cuando era el jefe del equipo político-ideológico
en el diario 26 en el que yo iniciaba mi vida como redactor-reportero que
atendía los temas de la educación y la juventud, y fue literalmente el primer
maestro que tuve en el Periodismo, porque además de mi jefe, acopiaba toda su
paciencia para tratar de armar aquellos lead de las informaciones que le
entregaba, muchas de las cuales las rompía en pedazos e iban a parar a un cesto
de basura que tenía al lado de su puesto de trabajo, con una sentencia: «hazla
otra vez»,
sin ni siquiera darme la oportunidad de fijarme en lo que había escrito.
En aquellos inicios, me
era extremadamente difícil construir un lead y responder las preguntas
clásicas, y todos los días hacía ejercicios mentales para determinar cuáles
eran los datos más importantes para comenzar mis textos, y era decepcionante
cada vez que Góngora me rayaba con su afilado bolígrafo mis líneas de novato verde.
No obstante, lo que más
agradecía era cuando Góngora se sentaba en su entonces máquina de escribir
Robotrón, de 12 puntos, que él tenía engrasadita y volaba bajito, y a partir de
los datos que yo le daba me hacía un lead excelente en menos de un minuto, para
espetarme a rajatabla: «eso es para que aprendas y te convenzas de que yo soy
el mozo de la información».
Góngora era realmente un
maestro para todo el equipo que dirigía, integrado además, por Julio César
Pérez Viera, Ulises Espinosa Núñez y Roberto Doval Bell, y creo que en el 98
por ciento de los señalamientos que nos hacía tenía razón, aunque lo veíamos
como un tipo quisquilloso, rompe cuartillas, pero lo hacía para enseñarnos y
educarnos, y lo lograba.
Y así pasó el tiempo y un
día me fui del periódico para la radio y Góngora siguió después como reportero
porque los equipos se disolvieron, y después siguió con su madera de maestro
como jefe de Redacción del semanario, velando por el buen escribir, por las
estructuras correctas de los géneros, educando y formando no solo a los
jóvenes, sino a los que ya llevan años en la profesión, porque parabién de 26 y
del periodismo tunero, Leandro será siempre el Mozo de la información.
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