El mundo
¿celebra? hoy el Día Internacional de la Juventud con la generación de jóvenes más grande
en la historia de la humanidad, pero con realidades amargas que comprometen el
presente y el futuro de quienes debían ser la alegría y no la tristeza.
Según el
periódico cubano Juventud Rebelde,
las cifras son alarmantes: el 39 por ciento de los jóvenes vive en la pobreza,
10 millones se encuentran desempleados, más de 30 millones trabajan en la
informalidad, el poder adquisitivo es mucho menor que el de los adultos por
igual trabajo, se incrementa el consumo de drogas a más tempranas edades, las
complicaciones del embarazo, parto y puerperio continúan siendo la principal causa
de muerte entre las mujeres jóvenes.
Cuando
leo esas cifras siento dolor y alegría. Dolor por quienes no tienen derecho a una vida mejor, y alegría porque ninguno de esos jóvenes es
cubano.
En mi
país, tan atacado y bloqueado por la potencia más poderosa de la historia
–léase Estados Unidos-, el panorama de la juventud es muy diferente. Es cierto
que existen carencias y dificultades que atentan contra muchas de las
actividades propias de la juventud, pero sin dudas los logros son mucho mayores
que los problemas.
Los
jóvenes de mi país cuentan con plenos derechos para su desarrollo: acceso a la
educación gratuita y de calidad, inmunización ampliada y atención básica de
salud, participación y toma de decisiones, acceso al empleo, libertad de
expresión, protección, no violencia y educación en una cultura de paz y alimentación
y nutrición adecuada. ¿Se puede aspirar a más?
Yo creo
que sí, a perfeccionar la obra común en beneficio común, y por eso es que la
juventud cubana de hoy está inmersa en el perfeccionamiento de nuestra
sociedad, esa tan vilipendiada por los enemigos de la Revolución, que aun con
defectos, ha reivindicado los derechos de la juventud, que prácticamente no
existían antes del primero de enero de 1959.
Tengo una
amiga colombiana que hace tres años se graduó en Comunicación Social, y todavía
no ha podido trabajar en lo que estudió, porque sencillamente no encuentra un
puesto adecuado para su profesión. En mi país eso no es así, y aun en medio de
los ajustes laborales que responden al nuevo modelo económico, el Estado le
garantiza a los jóvenes graduados universitarios su ubicación laboral mediante
el servicio social durante tres años, y cumplido ese tiempo, su permanencia en
el centro laboral dependerá de sus resultados y de su decisión personal de
continuar en esa entidad.
En Cuba
es cierto que hay muchachas que se dedican a la prostitución, pero por cada una
de ellas hay miles que estudian honradamente en preuniversitarios y
universidades, y no son discriminadas por su sexo o edad en ninguna institución
estatal, y muchas de ellas, de acuerdo con su capacidad y responsabilidades,
ganan mucho más que algunos hombres de su misma profesión, por las que se deciden a vender
su cuerpo no responde a necesidades económicas como esgrimen algunos.
Ningún
joven de mi país tiene que pagar sus estudios en ningún nivel, no tienen que
desembolsar un centavo por los servicios de salud, son libres de expresar su
pensamiento, muchos ejercen cargos de dirección en los más diversos sectores y
se desarrollan en una cultura de no a la violencia y a las drogas.
Esta
fecha fue instaurada como Día Internacional de la Juventud por decisión de la Asamblea General
de las Naciones Unidas en
1999, cumpliendo la recomendación de la Conferencia Mundial
de Ministros de Asuntos de la
Juventud, realizada un año antes y se hace con el objetivo de
llamar a los gobiernos a analizar las problemáticas juveniles; sin embargo, en
la inmensa mayoría de los países queda en solo una efeméride.
Ojalá que
Cuba, con sus virtudes y
defectos, fuera un ejemplo para mejorar la vida de los millones de jóvenes que
cada día ven esfumarse sus sueños. Ojalá.
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