El día
que asesinaron al Che Guevara, en La
Higuera, Bolivia, yo tenía 11 años de edad, y aunque
prácticamente era un niño, sabía muy bien quién era aquel hombre que acababa de
caer por la libertad de otros pueblos, porque durante toda la enseñanza
primaria, el Che era un paradigma, mucho antes de morir, y cuando ayudaba
decisivamente a construir la nueva sociedad cubana.
Recuerdo
muy claramente el momento en que dieron la noticia por los medios de
comunicación, y la profunda tristeza que sentí cuando vi algunas fotos del Che
en un periódico cubano, creo que el Juventud Rebelde, porque sabía a ciencia
cierta que un gran hombre acababa de morir.
Con mi
poca edad, sé muy bien que viví la incertidumbre que vivió todo el pueblo de
Cuba, y recuerdo claramente cómo su Diario en Bolivia se entregaba por parte
del Gobierno cubano, y la inolvidable noche en que Fidel Castro, reunido en la Plaza de la Revolución, de La Habana, con más de un
millón de cubanos, presidía aquella velada solemne, en la que leyó la carta de
despedida del Che, que dejó sin aliento a millones de personas a lo largo y
ancho de Cuba.
Aquella
carta, convertida en el testamento político del llamado Guerrillero Heroico, la
aprendimos de memoria muchos niños de entonces, sobre todo, por la sabiduría
con que fue escrita, con aquella prosa clara, las ideas contundentes, y el
profundo humanismo que encerraban frases como "...otras tierras del Mundo
reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos"... o "...nada legal
me ata a Cuba, solo lazos de otras clases que no se pueden romper como los
nombramientos"...
Después,
el Che se convirtió en la figura emblemática de todos los cubanos,
latinoamericanos y las personas de bien de todo el Mundo, y nosotros, los
pioneros (estudiantes) de entonces, repetíamos aquel lema que erizaba la piel:
"pioneros por el comunismo, ¡Seremos como el Che!
Para mí
en particular, el Che se convirtió no solo en un ídolo, sino en el hombre de
leyenda que siempre fue, y comencé a estudiar su vida y su obra, pero sobre
todo, el ser humano que se mostraba tras aquel nombre que lo inmortalizó, y
buscaba constantemente cada anécdota, cada testimonio que me dibujara su gran
estatura.
Ya de
periodista, en 1987, recuerdo que me sentí muy regocijado cuando el entonces
director del periódico 26, órgano en el que laboraba como reportero, me dio la
tarea de hacer una serie de trabajos con motivo del aniversario 20 de su caída
en combate, y disfruté tanto aquella misión, que crecí como profesional, y
sobre todo, como ser humano.
Hoy, con
el paso de los años, con los destinos de mi país y del Mundo, el Che ha ido
creciendo dentro de mí como el ser al que más he admirado, como mi ejemplo
personal del que parte la enseñanza mayor para tratar cada día de ser mejor
persona y mejor revolucionario, que como él mismo decía en la guerrilla
boliviana, es el escalón más alto de la especie humana.
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