Confieso
que es muy cierto ese dicho popular de que las apariencias engañan, porque
antes de conocer en persona a Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, pensaba que era un intelectual alejado de sus
similares, y no por pedantería, sino por su excepcional currículo, su
excepcional condición de mortal superior. Pero me equivoqué.
Recuerdo
una visita suya a la ciudad de Las Tunas, donde vivo, como parte de sus
funciones como guía de la intelectualidad cubana, y compartió con los miembros
de la organización (entre los cuales me incluyo), y me impresionó su modestia y
sencillez, pero sobre todo, su amor por Cuba, su propia cubanía, su apego a la
tierra que lo vio nacer.
En aquella
ocasión a Barnet la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en la provincia de Las Tunas, le entregó su símbolo: la réplica de la Pluma con que escribía el
mayor poeta popular cubano del siglo XIX: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El
Cucalambé, el cual se ha entregado a muy contadas y excepcionales figuras de la
cultura cubana, y después de entregada la distinción, la calificó como una de
las más grandes recibidas en su vida, lo cual me llamó la atención, porque este
hombre ha sido condecorado en medio mundo con las más altas distinciones.
Lo que pasa
es que como él mismo explicó, es una distinción cubana, y sobre todo de Las
Tunas, que tanto ha brillado en la defensa de la Patria, porque se le otorgó en
la casa vivienda del Mayor General Vicente García González, uno de los
artífices de la Guerra de los Diez años (1868-1878), y porque fue utilizada por
un poeta excepcional. Todo eso, dijo, hace de este símbolo algo especial.
Por eso y
por muchas otras hechos admiro a Miguel Barnet, porque he conocido más de cerca
a una persona excepcional, y porque una vez más he comprobado que mientras más
grandes son los hombres más grande es su sencillez. Enhorabuena.
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