Ahmed, en una de sus grandes aventuras, en los mogotes del Valle de Viñales. |
Ya han
pasado nueve años de su partida, una vida, y me parece mentira que “El Gordo”
no esté con nosotros, para regalarnos su amistad sin límites, sus inigualables
fotos, su eterna compañía, aun en la lejanía.
¿Cuántas
cosas hubiese logrado Ahmed en todo este tiempo? ¿Cuántas coberturas? ¿Cuántas
buenas acciones? Nadie puede imaginarlo, pero seguramente serían muchos los buenos
hechos protagonizados por él.
Recuerdo un
día, en el estadio Latinoamericano, de La Habana, cuando él fue a darle
cobertura gráfica a un juego de Industriales, que conversamos largamente sobre
nuestra profesión, sobre la vida, sobre la familia, y cómo se refería a Hazeem,
su entonces pequeño hijo, a quien adoraba, y de quien no se quería separar nunca, sin
pensar en que la muerte le jugaría una mala pasada un tiempo después, para alejarlo definitivamente de su semilla.
¿Y cuánto
goce hubiera tenido durante todos estos años, viendo crecer a su pequeño,
convertido hoy en un joven serio y formal, talentoso como él? ¡Cómo hubiera
gozado su compañía de adolescente y joven, si siendo un niño lo llevaba hasta
la ciénaga, como una de sus grandes aventuras, porque le encantaba que
anduviera con el!
Mas, el
absurdo y la crueldad se lo impidieron.
Su muerte
prematura nos privó de su ser excepcional, aunque sus amigos de siempre, y
Hazeem, Luisi y Sandra Teresita, su gente, le damos gracias a la vida por formar
parte de él, por el privilegio de haberlo conocido y sobre todo, haberlo
querido, porque él es de los imprescindibles.
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