No recuerdo exactamente cuándo conocí a
Antonio Morales Arteaga, creo que fue a inicios de los 80 del pasado siglo,
cuando comenzó a trabajar como diseñador en el entonces diario 26, de la
oriental provincia de Las Tunas, medio en el que yo laboraba como
fotorreportero, creo, porque después pasé al equipo de redactores-reporteros.
Pero bien, eso es lo menos importante.
Lo trascendente es que Ñico y yo enseguida nos
hicimos amigos, porque había una empatía tremenda entre nosotros, y ambos teníamos
muchas cosas en común: nos gustaba la música, la literatura, el arte, la
escultura, el Periodismo, la fotografía, y nos sentíamos felices cuando nos
dábamos unos tragos en un círculo de amigos del propio periódico, y entonces él
se entonaba y comenzaba a cantar aquellos bellos tangos de Gardel, y nos daban
las tantas en aquel goce de la juventud medio loca.
Y así pasó el tiempo, y me hice amigo de sus
hermanos, y conocí a sus padres en aquella acogedora finquita de San Agustín de
Aguará, en Holguín, donde los plátanos machos crecían frondosos, y siempre hubo una gran admiración
de ambas partes, y no fueron pocas las discusiones que nos buscábamos uno en
defensa del otro pues por nuestra propia inmadurez a veces podíamos ser
criticados por una determinada indisciplina, dentro del seno de la Juventud
Comunista, en la cual creo militábamos por entonces.
Ya después, Ñico dejó de trabajar en el
periódico y se dedicó a la escultura, porque en verdad tenía unas manos
prodigiosas para esa que clasifica como una de las bellas artes, y nos veíamos poco, pero
siempre nos acordábamos uno del otro y nos saludábamos por terceras personas
allegadas a uno o a otro, hasta que un día supe que se iba a vivir a los
Estados Unidos, a probar suerte, según creo me dijo, y no abundamos mucho en
sus razones porque era su decisión, pero en el fondo yo sabía que se iba por
una de sus aventuras locas, o vaya usted a saber.
Lo que sé a ciencia cierta es que Ñico era
revolucionario por naturaleza, aunque podía discrepar de algo de lo que pasaba
en nuestro país desde el punto de vista económico, pero amante de su tierra sé que lo era aun cuando decidiera vivir fuera de Cuba.
Ya después de vivir en los Estados Unidos, sabía
de él por sus hermanos, porque en el fondo nuestra amistad es la misma, y lo
volví a encontrar un día cualquiera en facebook, y a cada rato hablamos, pero
sobre todo, leo todo cuánto escribe en esa red, y no son pocas las veces que se
ha enfrentado a quienes de manera desfachatada arremeten contra Cuba olvidando
sus raíces.
Por eso quiero, con su permiso, reproducir
algo que un día cualquiera publicó en su muro, en respuesta a uno de esos que
sienten un odio visceral por el país que los vio nacer y como muestra de la
esencia de su pensamiento, aunque viva fuera de Cuba. He aquí sus palabra, que es decir, su pensamiento:
“Yo hable mal de Fidel Castro, allá en Cuba. Y
pensé muy mal del Socialismo, allá en Cuba. Pero cuando llegue al Monstruo y le
conocí las entrañas, jamás volví a criticar a mi país, ni a su Revolución.
Cuando conocí los enemigos de Castro, cuando vi el odio que le tienen a todos
los latinoamericanos, que le dicen indios. Menosprecian a todos los pueblos de América
Latina. Solo sienten devoción por las Botas del Tío Sam y viven de la añoranza
de una Cuba con Batista.
“Cuando conocí mis compatriotas de Miami, que son seres rabiosos, defensores de
lo injusto a voz en cuello... Que sienten necesidad de odiar a diestra y
siniestra. Son devotos al odio!!! Los que llegan primero odian al que viene después.
Odian al que no nació en la capital del país y unos a otros... Jamás volví ni hablar, ni pensar mal de Fidel!!!
“Y más cuando vi la farsante democracia de América Latina. Y cómo viven de
explotados y olvidados, los países hermanos. QUE NO SON SOCIALISTAS!!! (Sé que
muchos se hacen los ciegos y no quieren ver esto. Y como le sienten menosprecio
a los latinoamericanos, no les duele que vivan en tan penosas situaciones)”.
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