domingo, 6 de octubre de 2013



Duros y tristes momentos vivió el pueblo cubano por el
horrendo crimen.
El 6 de octubre de 1976 yo tenía alrededor de 20 años y recuerdo toda la tensión que se creó ante la noticia de el estallido en pleno vuelo de un avión de Cubana cerca de la costas de Barbados, aunque las primeras noticias eran un poco confusas.

Después, al pasar las horas, todo se fue aclarando, y se supo del atentado con una bomba que puso fin a la vida de 73 personas inocentes, cuyos cuerpos no fueron rescatados en su inmensa mayoría, y los que aparecieron estaban terriblemente mutilados.

Entonces supimos que en el equipo juvenil de esgrima, que pereció íntegramente en la masacre, estaban Leonardo Mac kenzie Grant y Carlos Leyva González, dos tuneros que integraban aquel conjunto que había arrasado con todas las medallas de oro en el Campeonato Centroamericano y del Caribe desarrollado en Venezuela.

A Mac kenzie no lo conocía, pero a Carlitos sí, porque teníamos la misma edad y habíamos estudiado en la misma época, aunque en secundarias básicas diferentes, pero nos conocíamos bien.

En mi mente está muy clara la casa de Carlitos, de madera y dos plantas, cerca del puente del Río Hórmigo que pasa por las calles Vicente García y Lucas Ortiz, en la ciudad de Las Tunas, al oriente de Cuba, donde hoy se levanta un museo memorial. 

La casa de Carlos Leyva, convertida en museo memorial.
Recuerdo muy bien su carácter bonachón, su sencillez y modestia y su forma de ver la vida, además de su gran pasión por la esgrima, cuando la mayoría de sus amigos y colegas de estudio nos habíamos inclinado hacia el judo, la pelota, el baloncesto y el voleibol, pero solo él y otro amigo nombrado Ernesto se habían ido completamente para las espadas, los sables y los floretes, y por supuesto, que Carlitos había llegado mucho más lejos que nosotros, algunos de los cuales solo llegamos a competencias provinciales, como era mi caso en el judo.

Es difícil expresar el dolor que sentí por aquella muerte absurda y todas las vidas segadas en la flor de su juventud.

Carlitos era un muchacho alegre, un poco callado, pero alegre y buen amigo, y era el orgullo de todos los que lo conocíamos en la época de la secundaria básica, por lo que su muerte fue un golpe demoledor para todos nosotros.

Fue muy triste y duro todo el proceso de mentiras y manipulaciones para hacer creer al mundo que había sido un accidente, y culpaban a Cuba diciendo que había pasado porque el Gobierno revolucionario se dedicaba a cargar armas en ese avión civil para algunos países de América Latina. 

Solo la profesionalidad de los investigadores cubanos, que pasaron alrededor de tres meses buscando evidencias, demostró el crimen y cómo sucedieron los hechos.

Ha sido difícil saber que fue comprobado por los investigadores que las 13 víctimas encontradas no murieron al caer el aparato, sino antes, con la primera detonación. Desde ese instante, el resto vivió unos cinco minutos de terror y de no ocurrir el segundo estallido, se hubiesen salvado, porque los terroristas, para no fallar, colocaron una bomba en los baños de cola y otra en un equipaje de mano de una pasajera guyanesa, que explotaron a intervalo.

Hoy, los terroristas siguen sueltos, y lo peor, han sumado otros muchos crímenes a su currículo, como lo más normal del mundo, sin importar la inocencia de las víctimas o que sean esgrimistas, casi niños, que como Carlitos comenzaban a vivir y a soñar.
 

 

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Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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