A Luis Sexto lo conozco desde que comencé en el periodismo, allá por los años 80 del pasado siglo. En aquel entonces, aunque nunca lo había visto personalmente, me llamaba la atención la brillantez de su escritura, y la forma en que llevaba al lector hasta donde él quería, pero había algo que me disgustaba en sus textos, a lo cual nunca le encontré explicación.
La explicación quizás estaba en que en mis comienzos lo encontraba demasiado
brillante al compararlo conmigo, o en que mostraba cierto aire de vanidad
cuando escribía, o en que creía que se las sabía todas en la profesión, o...
Sabía por quienes lo conocían de cerca y por los más viejos colegas, que era
uno de los periodistas más querido y odiado al mismo tiempo, lo que le daba
cierto aire de misticismo, porque como dice mi amigo Machado Conte, lo
importante es que de uno hablen, mal o bien, pero que hablen, porque la
indiferencia es decepcionante.
Así pasó el tiempo, y un día cualquiera de 2003, cuando cursaba un Diplomado
en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en La Habana, Sexto era
el profesor de Periodismo literario, y como yo andaba con mis prejuicios
infundados y de causas desconocidas, pues no miraba bien a aquel hombrecito de
tamaño, que hablaba demasiado bien del tema, y en una fría mañana, aproveché un
análisis suyo sobre un reportaje de una colega dominicana en el que se evaluaba
la narración para mostrarle mi desacuerdo con su análisis, un poco porque en
verdad no compartía su criterio y un poco para encarar su probado talento
dentro del gremio.
Sé, (por lo menos es lo que percibí) que a él no le cayó muy bien aquella
discusión profesional, y a partir de ahí nuestro trato era distanciado -en mi
apreciación, claro- durante toda la semana que duró su curso. Mas a mí lo que
más me importaba era haber rebatido la opinión a uno de los grandes del
periodismo, lo cual después consideré como una chiquillada llena de
superficialidad.
Después, otro día cualquiera Sexto vino a la ciudad de Las Tunas, a
presentar un texto que acababa de escribir, y lo entrevisté para un programa
radial que hago los domingos, y cuyo título es Atrapando Espacios, y cuando
terminé, pasé de forma irremediable al bando de los que lo quieren, porque me di
cuenta en poco más de 30 minutos de conversación, de que en verdad estaba en
presencia de uno de los grandes de las letras cubanas.
Y después, cuando ganó en buena y difícil competencia el Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de
toda la vida, pues me sentí reconfortado, feliz y satisfecho por esa justicia y
me uno a quienes se inclinan ante este monarca de las letras, al que hoy cuento entre mis amigos.
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