miércoles, 30 de marzo de 2016

Cuando conocí a Joel Lachataignerais Popa, él era el presidente de la Delegación de la Unión de Periodistas de Cuba en la provincia de Las Tunas, y yo era un novel aprendiz del Periodismo, que me desempeñaba como fotorreportero en el entonces diario 26.

Ya Lacha, como se le conoce en el gremio, tenía un nombre en el quehacer de la palabra radiofónica, y yo miraba con cierto recelo a aquel hombre pequeño de estatura de verbo encendido y mirada siempre puesta en la programación radial, que analizaba constantemente y sugería nuevas formas y métodos para hacer más efectivo el mensaje.

Después Lacha pasó a la naciente corresponsalía de Tele Cristal en Las Tunas y continuaba su vida reporteril y nuestra relación era esporádica, hasta que otro día cualquiera de 1994 coincidimos como compañeros de trabajo en Radio Victoria. 

Como jefe de información que fui en un tiempo, no entendía muy bien la forma de trabajo de Lacha, quien era el guionista del programa Once PM, una especie de resumen de la programación informativa. Yo prácticamente no veía a Lacha porque laboraba de noche, y como yo no sabía y debía saber todo cuánto publicaba en su espacio, le orienté que todos los días debía despachar conmigo los contenidos de su programa.

Aquella decisión no le agradó mucho a Lacha, y aunque él tenía sus razones yo tenía las mías, pero disciplinadamente comenzó a despachar la concepción de cada emisión en horas de la tarde, y ciertamente me impresionó la forma de organizar el espacio, con un comentario diariamente sobre un tema de actualidad y toda la intención que lleva un programa de radio a partir del tratamiento de la información, y después de yo saciar mi curiosidad y saber que no debía preocuparme por lo que andaba bien aquel despacho fue desapareciendo sobre la marcha.

Así pasó el tiempo y pasó, y ya suman más de 20 años de mi bregar en la radio, y Lacha siempre ahí, con una idea fresca y renovadora para hacer un mejor periodismo, y sus concepciones teóricas siempre andan cerca de la verdad aunque a algunos no lo entiendan, y aun hoy jubilado, sigue atento al medio y colabora con uno u otro comentario para los espacios informativos.

No obstante de llevar años en el periodismo, quizás no ha sido hasta hace solo unas horas que los más cercanos y más lejanos compañeros de profesión nos hemos detenido en la brillante hoja de servicios de Lacha en el periodismo revolucionario, desde que siendo secretario del Comandante Juan Almeida en los primeros años de la década de los 60 del pasado siglo, ya comenzaba a gestar su amor por el periodismo, en el cual incursionó en Bayamo hasta que llegó a Las Tunas, una tierra –su tierra- que acaba de reconocerlo con el Premio Provincial de Periodismo Rossano Zamora Paadín por la obra de la vida, como recompensa a sus años de labor en los medios de comunicación.

De Lacha siempre habrá que hablar en bien dentro del Periodismo tunero y cubano, porque su labor constante y su empeño en la formación de las nuevas generaciones hay que no solo reconocerla, sino recompensarla, porque es un hombre siempre dedicado a los demás, desde la Sociedad Cultural José Martí, que desde hace años dirige, hasta su asesoría en tesis de grado o maestría, o como colega, presto todo el tiempo a un análisis sobre el periodismo, la radio o la comunicación.

Y yo, que quizás también alguna vez incomprendí a Lacha, he cambiado de idea de un tirón, desde el preciso momento en que, a teatro lleno, recibió el premio que según él resume los premios recibidos en su vida y lo parafraseo: le hacen recordar aquellos muy significativos: el premio 80 aniversario de la Radio, la medalla 50 aniversario de la Unión de Periodistas de Cuba, la medalla 30 años de las Fuerzas Armadas Revolucionaria, el Premio periodístico nacional Periódico Patria, que otorga la Sociedad Cultural José Martí y ahora este que reconoce la obra de la vida.

Como también él dice, no es solo lo que hizo, es el reconocimiento a lo que se hace y a lo que se hará.



domingo, 27 de marzo de 2016

Próxima a su cumpleaños 25, la Editorial Sanlope, de esta oriental provincia de Las Tunas consolida sus producciones literarias y ha dado curso no solo al deseo de los muchos escritores que hay en el territorio, también a figuras de relieve nacional, ya sea por haber recibido un premio de los concursos que se convocan desde aquí, o por la significación de su obra, como es el caso de los poetas Jesús Orta Ruiz y Pablo Armando Fernández.

La Casa editorial tiene producidos miles de ejemplares, que se desglosan en ocho líneas editoriales; son ellas, Montaraz, para los escritores conocidos; Tarot, para los noveles poetas, Cabaniguán, destinada a las investigaciones socioculturales e históricas, Caballo Blanco, a la narrativa, y Vinagrito, dirigida a los niños.

Además se encarga por otra parte de publicar en su colección Iberoamericana, todas las obras premiadas en los concursos Cucalambé y Décima Joven de Cuba, mientras la colección Abierta da luz a los textos extensos, y para colorear, entre otros.

Esta institución existe desde 1991 y toma su nombre del escritor tunero Manuel Nápoles Fajardo, hermano del mayor decimista cubano del siglo XIX, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, quien decidió utilizar como seudónimo el anagrama de su apellido.

El nombrado Sanlope fue el autor de Flores del alma, primer libro publicado en Las Tunas, en el año 1860.

Hoy la editorial rinde honor a este hombre de letras con la calidad de lo que publica y sus producciones rebasan la cifra de los quinientos títulos.




viernes, 25 de marzo de 2016

José Alberto Velázquez es como una suerte de escritor del silencio de Las Parras, allá en el municipio de Majibacoa, en la provincia de Las Tunas, donde cada día se levanta bien temprano, toma el primer buche de café, prepara el desayuno y después de despedir a su esposa y a sus hijos que van a los quehaceres del día, prende su tabaco y se pone a leer, en una posición cómoda, y en cualquier rincón de la casa.

Después, cuando pasa horas devorando letras, enciende su computadora y comienza a escribir el cuento o la novela de turno, porque la poesía ha quedado un poco atrás, quizás, como él dice, porque no tiene que buscar nada fuera de su casa, y los poemas casi siempre son motivo de búsqueda de amores y mujeres al pasar.

Con 37 años de vida, ya es José Alberto un escritor maduro, alejado un poco de aquellos años en que escribía y escribía, sin siquiera saber que hacía literatura, y sus seis libros publicados y los muchos aún inéditos, constituyen una hoja de servicios envidiable, que muestra su solidez en la narrativa y la poesía tunera de hoy.

No importa que siga viviendo en Majibacoa, una suerte de remanso para su vida y su alma, y con su quehacer demuestra que no hace falta estar en las grandes urbes o en los centros de poder literario para tener una obra competitiva, y por el contrario cada día que pasa lo afianza más en lo que llaman el oficio más solitario del mundo.

Hoy, cuando su vida ha enrumbado por los tortuosos senderos de la literatura, Las Tunas tiene en José Alberto a uno de sus mejores exponentes, y su afán de escribir alejado de los tecnicismos y solo para sus lectores, lo ubican en los planos más altos de la narrativa y la poesía de una tierra donde la prosa y los versos corren a borbotones para bien de la cultura.


jueves, 24 de marzo de 2016

José Soler Puig es un nombre obligado en la literatura cubana de todos los tiempos.

Siempre que se hable de las letras su figura y su ejemplo muestra su legado para las nuevas generaciones de narradores cubanos y de Iberoamérica, porque su paso por la vida le permitió emerger con fuerza en la novelística del país, en una época en la que ser un buen escritor tenía un significado especial.

En Santiago de Cuba abrió sus ojos al mundo el 10 de noviembre de 1916, y en esa ciudad del oriente cubano cursó las enseñanzas primaria y secundaria, y a los 17 años comenzó a escribir, oficio que alternaba con el de jornalero, vendedor ambulante, pintor de brocha gorda y cortador de caña.

Después, con el tiempo se va a La Habana a buscar suerte en la Cuba seudorrevolucionaria, y se vincula al cine y la radio, y ya en 1960 obtiene el premio Casa de las Américas con su obra Bertillón 166, un clásico de la novelística cubana.

De vuelta en Santiago de Cuba, una ciudad que le daba y le quitaba el sueño, comienza a estudiar en en la escuela de Letras de la Universidad de Oriente, pero no los termina.

Sus colaboraciones se podían encontrar en medios de comunicación como
Cúspide, Carteles, el magazine literario del periódico Noticias de hoy, Lunes de Revolución, El Caimán Barbudo, y un fragmento de su novela El maestro apareció en la revista Casa de las Américas.

En su brillante obra se encuentran títulos emblemáticos como El pan dormido, El caserón, Un mundo de cosas, El Nudo y El macho y el guanajo, puesta en escena por el conjunto dramático de Oriente.

Trabajó como guionista del Instituto Cubano de Radiodifusión, y sus novelas han sido traducidas a varios idiomas.

Además del Premio Casa de las Américas, ganó el Premio Nacional de Literatura en 1986.


El 2 de agosto de 1996, fallece este singular escritor de la literatura cubana.


martes, 22 de marzo de 2016


Las narices rojas inundaron las calles de Las Tunas para atraer a grandes y chicos a partir del clown, y los ojos se posaron en cada movimiento, cada gesto que descubren a seres amantes de las artes escénicas más allá del escenario, porque nacieron para alegrar a los demás en el afán de tomar los espacios por asalto.

Y no son solo asaltos de amor, son, sobre todo, actos de creación que alumbran la esperanza de un mundo mejor, lleno de risas, frases bellas y felicidad. Así transcurrió el Tercer Taller internacional de payasos en Las Tunas, erigida en ciudad para la señal de que estamos vivos y atentos al mundo de esos seres de gorros y ropas de colorines, capaces de crecerse por su público.

Ernesto Parra, el director de Teatro Tuyo, nuevamente se las ingenió para crear un espacio para y desde el debate, más allá de la actuación, de la risa o el sentimiento. Porque desde el 2010 se lo propuso y en cada edición crece su talento no solo para el acto mismo de sus obras, sino para aunar esfuerzo alrededor de una técnica que antes de él estaba poco menos que olvidada.

Con su personaje Papote, Parra dio la bienvenida y la despedida a todos cuantos se atrevieron a llegar hasta Las Tunas y apostar por el clown. Porque el mundo debe ser de risa y no de guerra, y las personas tienen que reír para ser felices y soltar sus riendas en los teatros y aquellos espacios que acojan la esperanza.

Irrumpir en la escena cubana desde el clown con el crítico de teatro Omar Valiño en un panel que esparció ideas para el debate, fue un momento de esplendor, porque es posible soñar y crear con los pies bien puestos en las tablas o en cualquier otro escenario, y siempre a partir del trabajo siempre en ascenso del emblemático grupo tunero.

Ahora lo de Teatro Tuyo, principal promotor del evento, va más allá de nuestras fronteras, porque en su nuevo sitio oficial en la Red, el mundo y una parte de sus moradores conocerán y comprenderán que aquí en Las Tunas existen pasos firmes en la escena del clown.

Así también las palmas para los talleres guiados por especialistas de Colombia, México y Argentina, acerca de la técnica corporal, del gesto que puede sustituir a la palabra, y el intercambio con un público siempre ávido de conocer y de creer en lo que ve y siente.

Las emociones afloraron con las narices rojas en las calles y otros espacios, pero sobre todo, la palabra y el gesto irrumpieron en los eventos teóricos para demostrar que otro clown es posible.


domingo, 6 de marzo de 2016

Cuenta la leyenda que Yumurí era un joven cacique que gobernaba en el poblado de Yucayo, en el territorio de la actual provincia de Matanzas, al occidente de Cuba, y se hallaba comprometido con Albahoa, una bella joven que vivía en otra aldea al centro de un valle aún sin nombre.

El cacique Guananey era el padre de la muchacha y días antes del ritual del matrimonio andaba de pesca con Yumurí y por una disputa se disgustaron.
Dicen que a partir de ahí quedó roto el compromiso entre los jóvenes y Guananey, quizás por venganza decidió que su hija se casara con Canasí, otro gobernante aborigen.

Yumurí quedó destrozado por la nostalgia que sentía por su amada, y cada tarde subía a las alturas nombradas que hoy se conocen con el nombre de Monserrate, desde donde observaba la aldea donde estaba Albahoa, y se juró llevársela a cualquier precio.

De forma oculta le avisó que el propio día del matrimonio lanzaría tres graznidos de lechuza, como señal para que ella corriera a su encuentro.

El dúa de la huida, los guerreros de Guananey descubrieron todo y comenzaron a perseguirlos. Acosados, los dos jóvenes se lanzaron a cruzar el río Babonao por un lugar desconocido, pero la corriente era tan fuerte que se fueron sumergiendo poco a poco hasta desaparecer de la vista de sus perseguidores.

A partir de entonces, el río comenzó a llamarse Yumurí, al igual que el valle, testigos de la tragedia que con el paso de los años ha ido de generación a generación como muestra del amor que no pudo ser por los caprichos del viejo cacique, quien murió de tristeza por la desaparición de su hija.




Desde mi orilla

Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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