Mi padre
está grave. Tiene neumonía y está muy delicado, porque su organismo se ha deteriorado
por la diabetes y por sus casi 80 años de vida.
Sin
embargo, me siento tranquilo porque está recibiendo una esmerada y constante atención
en la sala de terapia intermedia del Hospital General Docente Ernesto Guevara,
de la oriental provincia de Las Tunas, donde vivo.
Llevo tres
noches seguidas al lado de él, y veo el amor y la dedicación del personal de
enfermería y los médicos que lo atienden a él y a otros tres pacientes muy
graves que están en el cubículo, y me convenzo mucho más de la grandeza del
sistema de salud cubano, porque a veces tienen que tocarte de cerca las
situaciones par darte cuenta de la grandeza que para uno es común en un país
como Cuba.
Mi país
está muy acosado por el férreo bloqueo de Estados Unidos, que no nos deja ni
respirar en el empeño de segarnos la vida como pueblo irreverente y rebelde
ante sus ansias de expansión, colonización y esclavitud moderna.
No obstante
a ese acto genocida, a mi padre no le ha faltado en estos cuatro días –ni le
faltará- antibióticos de última generación para frenar el desarrollo de sus
lesiones pulmonares y sin tener que pagar un solo centavo ni por los
medicamentos ni por la estadía en una sala como esa, que en Estados Unidos, por
ejemplo, es inaccesible para las personas de menores ingresos.
Yo no soy
religioso pero mi hermana pequeña sí, y ella dice que nuestro padre está en
manos de Dios, y yo le digo que sí, y le agrego que, sobre todo, está en manos
del Estado cubano y su sistema de salud, y eso cuenta y garantiza la vida de
cualquier ciudadano de mi país, piense como piense y actúe como actúe. Y eso,
sencillamente reconforta infinitamente.