lunes, 6 de enero de 2014



Recuerdo como si fuera ahora toda la atmósfera que se formaba alrededor del Día de Reyes.

Con la inocencia de mis ocho o nueve años intercambiaba opiniones con mis amigos del barrio para ver nuestras peticiones, y no se me olvida el gardeo de mis padres cuando les comentaba lo que iba a pedir.

Mi Rey mago era Melchor, quien no siempre quedaba bien conmigo porque nunca me traía exactamente lo que le pedía, y miraba con envidia a otros amiguitos del barrio a quienes le traían bicicletas y carros de bomberos grandes, de pilas, y otros juguetes inalcanzables para mí.

Siempre el día 5 por la noche, después de escuchar el sermón de mis padres para que me portara bien si quería tener todo lo que le pedía a los Reyes, me acostaba temprano, no sin antes dejar mi carta que siempre comenzaba “Queridos Reyes Magos…”, y le dejaba un mazo de hierba y agua para el camello de Melchor.

Y aquel último Día de Reyes fue el desastre, primero porque mi Rey Mago quedó mal con todo lo que le pedí, y en el barrio miraba con angustia a los demás muchachos con sus exhibición de juguetes y hablaba mal de Melchor, hasta que Guardi, uno de los amigos mayores que nosotros me espetó en mi propia cara: “Miguelín no pelees más, no seas bobo, los reyes son los padres”, y todo aquel bello andamiaje alrededor del 6 de enero se desmoronó con angustia, porque desde que tenía uso de razón había disfrutado de aquel mito a través de los tiempos.

Entonces me levanté y me fui directo a la casa y le pregunté a mis padres que cómo era posible que ellos fueran los Reyes Magos, y no supieron qué decir, y pasé el resto del día sin salir, hasta que por la noche mi padre se sentó en mi cama y comenzó a conversar conmigo, tratando de explicarme lo inexplicable par un niño de mi edad, y a partir de entonces, nunca más creí en los Reyes Magos, aunque pasó el tiempo para acostumbrarme a la idea de que nunca existieron Melchor, Gaspar y Baltazar, que todo era producto de la fantasía de las propias sociedades de entonces.

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Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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