sábado, 21 de abril de 2018

Un símbolo de mi ciudad ha caído, aunque perdurará en la mente de mi pueblo. El querido y carismático Comandante, o Alberto Álvarez Jaramillo, ha muerto en un accidente en la calle, a la edad de 78 años, que cada día se echaba sobre los hombros para desandar nuestra urbe y alegrar su entorno.

Ya casi nada tengo que decir porque muchos lo han dicho, solo retomo algunas ideas que esbocé en este, mi espacio personal hace cinco años, en uno de esos días en que uno repasa lo que ennoblece un lugar determinado.

El Comandante tunero era un personaje emblemático de mi ciudad de Las Tunas, salía todos los días a pescar el sol de la mañana y caminaba sin rumbo, con su traje verdeolivo, charreteras de oficial y boina carmesí. 

Siempre traía una buena cantidad de documentos y otros objetos que eran sus principales armas, y aun con sus problemas mentales, era capaz de sostener una conversación con cualquiera como el ser más razonable del mundo.

Fue un medicamento mal suministrado cuando era muy joven que lo llevó a esa eterna y divina locura. Sin embargo, muchas veces le pregunté su nombre y respondía: «Che Castro Jaramillo», en honor al Che Guevara y a Fidel Castro, sus héroes.

Jaramillo nunca pidió una limosna, siempre andaba limpio y jamás durmió fuera de su casa. 

Solo andaba en sus cavilaciones, detestaba a los delincuentes, saludaba la bandera y amaba a su tierra. Y después decían que estaba loco.


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Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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