Tiene
78 años pero está como un trinquete, le dice al amigo que lo saluda en la calle
y le advierte que debe estar en su casa. Sigue su camino firme, con un nasobuso
verde que contrasta con su pelo lleno de canas.
Llega
hasta cerca de las puertas del mercado y un policía lo saluda de manera cortés.
¿A dónde usted va mi abuelo? ¡¿Yo?! Al mercado a ver por cuál número va la cola
para comprar el pollo y el aceite. ¿Y usted no tiene quien haga eso por usted?,
le responde el policía. Bueno sí -dice un poco turbado el abuelo-, lo que pasa
es que no aguanto estar en la casa. Pero tiene que estar, le dice el oficial
del orden y el abuelo mira incrédulo a su interlocutor y busca a su alrededor a
alguien que se asemeje a él pero nada, ni un adulto mayor a varios metros a la
redonda.
Entonces
¿tengo que encuevarme en la casa?, dice medio molesto y el oficial lo mira fijo
y le dice: claro, abuelo, eso es para cuidarlo. ¿Usted no sabe que estamos en
medio de una enfermedad muy peligrosa? Sí, claro, eso lo sé –responde el
abuelo- pero mire oficial yo soy un trinquete, no padezco de nada y además no
ando dándole la mano a nadie ni na' de eso. No importa, le responde el oficial,
lo mejor es que vaya para su casa, allí es donde va a estar seguro.
Está
bien, está bien, se responde casi a sí mismo sin mirar al oficial de policía.
Da la vuelta y sale a paso doble hacia su casa, murmurando palabras, peleando
vaya usted a saber con quién, porque aquí ya no se puede ni salir, dice y sigue
peleando mientras camina a paso firme hacia su lugar seguro, porque
#QuédateEnCasa no es una consigna, es en estos momentos la única verdad ante
el letal enemigo invisible.
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