martes, 6 de mayo de 2014



Otro amigo se despide de la vida en plenitud de facultades, aun con sus 73 años y deja otro vacío en el alma. Elio Ramón Arias Mariño, una cátedra del Español y la Lingüística dijo adiós demasiado rápido, pues en unos dos meses un cáncer de estómago acabó con su valiosa existencia.

A Elio me unía una amistad sólida, bonita, desde que nos conocimos en 1974 cuando yo debutaba como profesor de Secundaria básica, con un claustro que no sobrepasaba los 20 años, cuando él ya andaba por los 34, y era un docente consolidado, sabio.

Fue en la Secundaria básica Jesús Suárez Gayol, que por aquel entonces se ubicaba en la zona rural de La Hortaliza, a unos ocho kilómetros de la ciudad de Las Tunas, al este de Cuba donde solo él y el director, Leonel Mayo, sobrepasaban los 30 años; nosotros de 18 a 20.

Era un hombre gordo, simpático, carismático, y era como el padre del grupo que por la juventud y la inexperiencia veía la vida de una forma diferente a como él la veía. Y siempre andaba detrás de nosotros, con un consejo a mano, con un regaño ante algo mal hecho, pero con una honestidad y sinceridad a prueba de balas.

Elio era un hombre sabio, ya lo dije, pero lo reafirmo porque eso fue algo distintivo en su vida como educador, como persona. Cuánta sabiduría en los secretos de la Gramática, la redacción, la Lingüística. Recuerdo que mi amigo Alexis Peña López y yo, con un diccionario buscábamos las palabras más extrañas, las menos utilizadas, y le preguntábamos su significado sin que supiera el porqué lo hacíamos, y nunca dejó de darnos las acepciones exactas, de ahí que lo tildábamos de enciclopedia.

Después de un curso escolar en la “Suárez Gayol”, nos separamos, pero nunca dejamos de querernos y nos veíamos sistemáticamente, y a los periodistas nos impartió un sinnúmero de postgrados relacionados con su materia y yo particularmente gozaba en mi espíritu cada vez que me sentaba a hablar con él, o incluso, parados en una esquina, o caminando por cualquier parte de la ciudad.

Últimamente, nos veíamos mucho en la Universidad de Las Tunas, cada vez que yo iba a mis turnos de clase en la carrera de Comunicación Social, y donde él trabajaba frente a alumnos aun cuando ya hacía algunos años que se había jubilado, y siempre lo veía tan vital, tan entusiasta, tan entregado a la enseñanza, que nunca pensé en su muerte, que me sorprendió además, porque no sabía que estaba enfermo, pues precisamente hace como dos meses que no coincidíamos.

Por eso estas líneas como un sencillo homenaje a mi amigo de tantos años, de tantas enseñanzas, de tanta vida en común, porque personas como Elio Ramón Arias Mariño pasan por el instante de la existencia para dejar una huella imperecedera en quienes lo conocieron.





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