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Tiempo21/Foto Angeluis. |
Pocas
ciudades de Cuba tienen el privilegio de contar con un escritor como Alberto Garrido, no solo por sus relevantes resultados en el mundo de la narrativa y la
poesía, sino por todo lo que le ha aportado a la provincia de Las Tunas desde
su posición como editor de la Casa Sanlope, y por lo que representa para los
demás colegas del territorio, que se miran en su espejo y lo observan con el
orgullo a flor de piel.
Y si
aseguro que Las Tunas se privilegia con Garrido lo es más cuando en una misma
época él coincidió en la narrativa y en su vida con Guillermo Vidal, y es hasta
más seguro que pocas ciudades de Cuba cuentan con un dúo que supo revolucionar
la literatura parabién de la cultura nacional.
Porque
Garrido, como en vida Guillermo, es de esos hombres que impresionan con su sola
presencia, sin contar que para cualquier interlocutor es su verbo amplio y
sabichoso una suerte de diálogo con la propia literatura, y con su andar
despacio, como asegurándose siempre de pisar tierra firme, ha sido una de las
mejores figuras con que ha contado la ciudad en muchos años.
Cuando
llegó aquí, Garrido acababa de salir de la adolescencia, y venía cargado de
sueños de su Santiago de Cuba, de su egreso del Instituto Superior Pedagógico,
y aquella suerte de que el muchacho llegara a esta ciudad, nunca pasó
inadvertida, porque su talento sobresalía por encima de su ropa, aunque siempre
fue el maestro Guillermo Vidal, más viejo que él y mucho más maduro en los
quehaceres literarios, quien vislumbró su futura carrera y no se cansaba de
afirmar en los círculos de amigos o literarios, que había que seguir de cerca a
aquel muchacho de rostro imberbe, acabado de llegar de la Cuna de la
Revolución, la rebelde y hospitalaria Santiago de Cuba.
Así, con su
modestia siempre por delante, con su juicio sólido ante los más variados temas,
con su aguda mirada para los quehaceres literarios, y sobre todo, con su
afilada pluma para hacer que nazcan prosa y versos, el muchacho santiaguero
comenzó a convertirse en tunero y nunca más se marchó de la ciudad que lo
acogió como uno de sus mejores hijos, y comenzó a triunfar en la narrativa y la
poesía, con su verbo cortante y capaz de trasladar al lector hasta las escenas
que creaba, hasta que un día, un libro titulado El muro de las lamentaciones se
alzó sin remedio con el Premio Casa de las Américas, por encima de más de 100
obras de Latinoamérica toda, y Garrido casi toca el cielo, aunque no se
envaneció por ello, y por el contrario, siguió con su sencilla manera de ser
para ganar más adeptos.
Ahora que
hace unos años trabaja en República Dominicana, no deja de pensar en Las Tunas
primero que en Santiago, y en su casa cierra los ojos y se traslada acá, y
siempre que tiene un tiempecito se llega hasta esta ciudad, para desconectar
tensiones, como él mismo dice, aunque asegura que él solo está un poco más allá
de su Santiago natal, porque son muchas las coincidencias entre cubanos y
dominicanos, por lo que cree en la prolongación de su país un poco más al este.
Y estando
aquí, como ahora mismo, pasea por las calles de su ciudad, y la gente y los
amigos lo paran y hablan sin parar, y le preguntan por la familia, por sus
libros, por sus planes, y lo invitan a sentarse, y él, siempre con su tiempo
demasiado libre cuando está aquí porque a eso viene, se sienta y habla, y se
ríe y goza con su pueblo que lo admira y lo quiere, y que se entera rápidamente
de su presencia porque la noticia de que está aquí corre por doquier.
De ahí el
orgullo recíproco de él con su ciudad y su gente, el amor que pactó con esta
tierra desde hace 26 años, cuando llegó con su pelo negrísimo y su rostro sin
barba y sus sueños acumulados y esperanzadores hacia lo más alto de la
literatura, para decir como ahora cuando se detiene y con la vista recorre la
ciudad y expresa bajo pero a todo pulmón: ¡Qué bien me siento aquí! Y echa a
andar nuevamente por sus calles y con su gente hasta que se pierde entre las
personas pensando quizás en el próximo poema o en la última idea del cuento o
la novela que escribe para, sin proponérselo, seguir siendo grande y para coger
un aire de luz.
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