A Ado Sanz
lo conocí personalmente en el pasado Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, cuando en un momento de receso coincidimos y hablamos un
momento.
Me llamó la
atención que era un hombre blanco y sin embargo en la televisión se veía más
trigueño. Se lo comenté y no le encontramos explicación.
En los
pases de Santiago de Cuba a la revista Buenos días, siempre me impresionaba su
forma de conducir, con una gran naturalidad y vastos conocimientos de lo que decía,
pero sobre todo, su gran capacidad para comunicar y su elegancia al vestir.
Después
dejé de ver la revista de la mañana y lo veía en una que otra ocasión y siempre
me llamaba la atención su profesionalidad, que desbordaba en un programa televisivo
sobre temas de gran interés para la población, del cual vi un fragmento y sus
dotes como comunicador le daban un toque de distinción al espacio.
Ahora Ado
Sanz se ha ido, sin previo aviso, de repente, en la flor de sus 49 años
acabados de cumplir el día antes de su partida, y sin conocerlo apenas, sin
seguir su trabajo de forma sistemática, he sentido un dolor y una tristeza
inmensos, porque un hombre bueno y querido parte, con una impresionante
despedida de su pueblo, que desde ya lo añora.
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