viernes, 21 de diciembre de 2012


Hernán, al centro, en plena Campaña de Alfabetización.
Hernán Bosch mira hacia atrás y recuerda al detalle todo lo que pasó hace 51 años. Hay brillo en sus ojos; hay firmeza en su palabra, aunque por momentos, la emoción colma su verbo y tiene que sobreponerse a la nostalgia.

Hoy sabe que fue una hazaña, pero en aquellos días de 1961 solo era un embullo, una aventura de un niño que solo contaba con 10 años de edad, y que seguía a sus primos mayores por los parajes de su natal Puerto padre, en la oriental provincia de Las Tunas.


Entonces, aun cuando algunos pensaban que estaba para que lo enseñaran y se burlaban en su cara, él, con su indiscutible talento a cuestas, le enseñó las primeras letras y palabras a tres personas, una que le triplicaba la edad, y otras dos primas de quienes hasta recuerda los nombres: María Antonia y Marlenis Corrales, que se acercaban a los 20 años.
Y recuerda al “viejo” Hernán, su padre, hombre recto en sus acciones, que mintió sobre su edad para que lo admitieran como brigadista: “ustedes lo ven así chiquitico y flaquito, pero ya tiene 12 años y terminó el cuarto grado”, le dijo a los responsables, porque para él, revolucionario sin tacha, era un orgullo que su hijo mayor protagonizara uno de los más grandes hechos de la incipiente Revolución cubana: la Campaña de alfabetización.
Y se fue al monte el niño.

Con su manual, la cartilla, sus lápices, su farol y su asma quebrándole el pecho flaco, marchó hacia la campiña al estilo del Che Guevara, con sus crisis que lo ahogaban durante las noches, pero con la entereza de no dar marcha atrás, porque no podía fallarle ni a su padre ni a la Revolución; mucho menos a él, en la firmeza de sus 10 años.


Hernán Bosch, en la actualidad, aunque jubilado sigue colaborando con varios medios.
No tenía estatura, no tenía cuerpo, los dedos de los pies solo llegaban a los cordones de las botas inmensas porque no había tallas para él, pues la tarea era para hombres, o, cuando menos, para jóvenes, pero nunca para un niño de 10 años, que cuando estaba en el balneario de Varadero durante la preparación para la tarea, se bañaba en calzoncillos en la playa y nadie lo echaba a ver, porque eso era común en un pequeño de su edad.

Era común durante aquella etapa inmensa, que los jóvenes brigadistas ayudaran a los campesinos en el trabajo diario porque las clases se impartían por las noches, a la luz de los faroles. Mas Hernán no puede enorgullecerse de eso, porque cómo iba a ayudar en el rudo trabajo del campo si no tenía cuerpo para ello. Niño al fin, por el día se juntaba con los pequeños del barrio y se iba a “cazar” con su tirapiedras. Pero por la noche, cuando ya todos habían comido, era el primero al lado de su farol y se entregaba en cuerpo y alma a la difícil tarea de enseñar a campesinos sumidos en el analfabetismo de los años, hasta lograr que supieran leer y escribir.


Ya al final, el 22 de diciembre de 1961, con Fidel Castro en la Plaza de la Revolución José Martí, de La Habana, proclamó a Cuba libre de analfabetismo, bajo una fina llovizna y una fuerte crisis de asma, pero firme, empinado, tratando de llenarse los ojos de la legendaria figura del Che Guevara al lado de Fidel. Y lo logró con creces, a pesar de las adversidades de su quebrantada salud.

Después siguió estudiando, pero con una forma diferente de pensar, porque su hazaña lo marcó para siempre y quizás sin darse cuenta llevaba el orgullo a flor de piel, aunque no lo expresara por su modestia. Y estudió la Enseñanza Secundaria en La Habana, y por esas coincidencias de la vida estaba en la capital cuando asesinaron al Che Guevara, su indiscutible ídolo, su guía hasta hoy, y sintió una tristeza inmensa al conocer la noticia que estremeció al mundo, pero sobre todo al pueblo cubano, mas le sirvió de inspiración para su vida futura.

Aunque le gustaba mucho ser maestro siempre lo tuvo en segunda opción, porque desde que estaba en sexto grado sabía que iba a ser periodista, incluso, así lo puso en aquella composición encomendada por la maestra bajo el título de ¿Qué te gustaría ser? Y se hizo periodista de los buenos, y llevó su profesión a la máxima expresión, quizás con la firmeza del carácter forjado en la Campaña, pero sobre todo, con sus sueños a cuestas, aquellos que pudieran haber comenzado el día en que decidió alfabetizar, y que lo han ayudado a vivir hasta hoy, cuando con 62 años disfruta de su jubilación, pero con la pluma en ristre, como una vez se lo enseñó el Che Guevara.



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