jueves, 27 de febrero de 2014



Juan Gabriel Soto Cutiño es uno de los tipos más carismáticos del gremio periodístico en Las Tunas.

Cuentan que su llegada al Periodismo fue sui géneris, porque en los finales de la década del 60 del pasado siglo, un funcionario del Partido en el entonces territorio tunero, solicitó a la región de Jobabo dos jóvenes para formarse en la profesión de la palabra, y su homólogo jobabense pensando que era para ser vendedores de periódicos lo envió a él y a su compañero Wálner Ortega, que nunca habían visto ni una imprenta, y así llegaron a la ciudad de Las Tunas y comenzó su formación en tan difícil profesión.

Por supuesto que Sotico tenía muchas lagunas en su formación académica y sintió hasta miedo de iniciar aquella empresa, pero el aliento de sus compañeros y el deseo de aprender le hicieron irle de frente al reto y comenzar a trabajar en un periódico que se nombraba Palmas y mochas, dedicado a la zafra azucarera, y ahí mismo comenzó a foguearse como periodista y como especialista en temas de zafra, al punto de ser hoy una autoridad en la materia.

Soto siempre fue alguien muy carismático, ocurrente, querido por sus compañeros, porque su origen campesino y su carácter bonachón, lo hacían sobresalir entre todos aquellos jóvenes iniciadores del periodismo revolucionario en el territorio que hoy ocupa la provincia de Las Tunas, y fue extraordinaria la labor desarrollada durante la histórica zafra del 70 del pasado siglo, cuando vivía junto a los macheteros en el campo, y reportaba todos los días de la marcha de la contienda, aunque no todo fue felicidad.

Por ese entonces, como parte del aseguramiento de la cobertura a la zafra, a Soto le dieron una cámara fotográfica Zenit, soviética, un escándalo de equipo en aquella época y le entregaron suficientes películas para que garantizara sus informaciones con gráficas. Y Soto, contento como el soldado que va al frente con un fusil moderno, se fue a los campos y comenzó a apretar el obturador donde quiera que veía a un machetero, una alzadora o un camión cargado de caña.

Mas, pasó lo que nadie imaginó: cada vez que terminaba con un rollo fotográfico se iba a un rincón del propio campo y a toda luz, lo sacaba de la cámara para ver cómo salían sus flamantes imágenes, y por supuesto que en la película no había nada, y ya como en la tercera ocasión de hacer lo mismo tomó el teléfono, llamó a su jefe, y le dio las quejas: “oye, chico, esta cámara no sirve porque me he cansado de tirar fotos y no sale ni un solo machetero”.

Recuerdo ahora cuando comenzamos en el naciente diario 26, en el ya lejano 1978, dos años después de la fundación de la provincia de Las Tunas, que Sotico se las ingeniaba para buscar explicaciones a los errores detectados por las exigentes correcciones de Rossano Zamora Paadín, Gallo, el Jefe de Información, considerado el Padre del Periodismo revolucionario en la región, quien le pasaba la cuchilla a todos los redactores reporteros, y Soto entregaba sus textos decidido pero siempre con el miedo por dentro, porque muy pocos escapaban a las críticas de Gallo.

Un día cualquiera él, que siempre se había firmado Juan Soto Cutiño en las publicaciones anteriores, puso en sus créditos Juan Gabriel Soto Cutiño, y cuando el texto llegó a las manos de Gallo, un hombre extremadamente exigente, espontáneo, aunque muy humano, le espetó: “¿qué es eso de Juan Gabriel? Mira, no inventes, que tú eres Juan Soto Cutiño”, y acto seguido tachó con su tinta el Gabriel, ante la risa de todos y él sin saber qué decir.

En el año 80 a Soto le asignaron un auto y poco después la Delegación del Ministerio del Azúcar le facilitó una vivienda por sus destacados aportes al sector. En aquel entonces, el periódico 26 estaba ubicado en el edificio que hoy ocupa Radio Victoria, en la calle Colón 157, y Soto siempre le jugaba cabeza a Infante, el director, y a Freddy Pérez, jefe del equipo Económico, para irse temprano, y decía en voz alta: “voy para Los Pinos a buscar una información”, pero en vez de su auto dirigirse a la zona norte de la ciudad, hacia Los Pinos, donde estaba la Delegación del Ministerio del Azúcar, se desviaba hacia el sur, en busca de su casa, y era tan común aquello que cuando en verdad era cierto nadie le creía.

Soto siempre fue uno de los reporteros que dominaba los géneros periodísticos, y sabía (sabe) escribir, pero en la ortografía era malo, y siempre tenía un diccionario a mano. Pero en ocasiones, cuando andaba apurado y dudoso ante la escritura correcta de una palabra, le preguntaba a Chenco Maraña, como él mismo le puso a Wálner su compañero de batería, cuya mesa de trabajo estaba al lado de la de él, y Chencho le daba una ortografía incorrecta y él la escribía así, hasta que chocaba con el bolígrafo y la recriminación del jefe de Redacción y regresaba a fajarse con Chencho.

Y así han pasado los años y son muchas las anécdotas y la buena hoja de servicio de Sotico, quien se mantiene en el ahora seminario 26 y en los avatares de la zafra, y con el pelo lleno del tiempo, la sonrisa siempre lista y las ocurrencias rondándole constantemente por la cabeza, es uno de los tipos más queridos del gremio, al extremo de que cuando llega a un grupo de periodistas todos lo llaman para tenerlo al lado, porque, como en aquellos días lejanos de la zafra del 70, sigue con el carisma a cuestas, alegrándole la vida a los demás.



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