lunes, 26 de mayo de 2014



El 26 de mayo siempre ha sido un día gris desde hace exactamente 25 años. Aquel viernes de 1989 dejaba de existir en un absurdo accidente del tránsito mi amigo Ubiquel Arévalo Morales, mi hermano del alma, a quien lloro desde entonces.

Recuerdo los detalles de aquel día inmensamente triste, desde que despertó por la mañana y estirándose le dijo a su esposa Lily que le pesaba ir a Holguín, a donde tenía que viajar para editar un reportaje en el canal territorial Tele Cristal, que dirigía la corresponsalía de Las Tunas.
 
Después, ya en la corresponsalía, mientras limpiaba la moto buscaba a alguien que fuera con él hasta la llamada Ciudad de los parques, pero nadie podía y al fin y fatalmente tuvo que irse solo, y no llegó.

Fue después de cruzar la curva de Las Calabazas, famosa por su peligrosidad, donde chocó su moto con un auto ligero que venía en sentido contrario, en un accidente inexplicable porque él no pudo dar su testimonio y el otro chofer brindó su versión, que fue la que al final prevaleció.


Lo cierto es que en el choque se fracturó la quinta vértebra si mal no recuerdo, y en la manipulación hacia el hospital se le seccionó la médula y murió unas tres horas después de un paro respiratorio.

La muerte de Ubiquel conmovió a todos los que lo conocían, porque era un tipo tan carismático que todos estaban obligados a quererlo y a todos se los echaba en sus bolsillos.

Incluso, muchos de quienes lo miraban metido en aquella caja cuadrada pensaban que era una broma y que se levantaría en cualquier momento; pero no, estaba muerto, aunque solo técnicamente. Y en su velatorio la gente contaba sus ocurrencias y reía y lloraba, porque se seguía sintiendo vivo, aunque estuviera allí tendido, tranquilo, como nunca le gustaba estar.

Con Ubiquel se fue el gran amigo, el profesional de talla mayor a pesar de sus 32 cortos años, alguien que nunca ha encontrado sustituto, ni como amigo ni como periodista. Y los amigos de entonces, siempre lo lloramos y nos reímos, y en un día como hoy guardamos un poco de silencio, como tributo a aquel joven de barba medieval, pelo rubio ensortijado y mirada azul, capaz de echarse a todos en sus bolsillos, para seguir andando con sus ocurrencias y su alegría contagiosa, con sus eternas ganas de vivir.



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