jueves, 25 de diciembre de 2014

Aquiles Espinosa.
- Mira, mijo, como ha crecido ese ternerito, siempre detrás de la madre. ¿Te acuerdas cuando nació?

- Me acuerdo, papá. Nació flaquito y débil.

- Sí, pero ha comido mucho y ya está fuerte. Eso es para que veas la importancia que tiene la comida para todos. Ven, Ulisito, vamos a sentarnos aquí un momento. Siéntate aquí en mi rodilla. ¡Ufff! Estás pesado. Eso es porque estás comiendo como el ternerito.

- Eso es porque quiero ponerme grande y fuerte como tú.

- Eso es muy importante, porque tú eres el mayor de tus hermanos, ya vas a cumplir nueve años el mes que viene, y si a papá le pasa algo tienes que ser el hombre de la casa.

- ¿Y por qué te va a pasar algo?

- Bueno, mira, papá es un revolucionario que trata de que Cuba sea un país mejor, para que niños como tú sean felices.

- ¿Y qué es ser revolucionario?

- Bueno – duda-, ser revolucionario es luchar para que todo sea mejor, para que los niños como tú no tengan que ayudar a papá en el trabajo del campo cuando viene de la escuela, para que no haya abusos…

- Para que el policía que vimos pegándole al hombre negro no lo haga más.
- Exacto.

- Ahí viene mamá.

- Tremenda panza que tiene, ya casi está al parir.

- Parece que hoy va a hacer frio- dice Fela al tiempo que se sienta junto a su esposo y sus hijo mayor.

- ¡Ufff!, sí que estoy cansada. Esta barriga me tiene que ya no me deja casi ni caminar. Yo estoy preocupada, Aquiles, los guardias de Batista andan como locos, dicen que en Tunas la cosa está revuelta y ayer me dijeron que por el barrio andaban Alemán y Marino, esos dos asesinos.

- Sí, me lo dijeron y no sé lo que se traen esos dos esbirros de la inteligencia militar, pero tranquila, que no va a pasar nada. Hoy es día de pascuas. Por la noche vamos a ir a comer con el compadre y su familia, pero regresamos temprano, que con esa barriga ya no puedes andar fuera de la casa mucho tiempo.

En la zona norte de la antigua provincia de Oriente el Movimiento 26 de Julio está muy bien organizado y desde finales de 1955, la dirección nacional constituye y organiza células primarias en Sagua de Tánamo, Mayarí, Nicaro, Antilla, Banes, Holguín, Gibara, Las Tunas y Puerto Padre.

En toda esta zona y como apoyo a la llegada de los expedicionarios del Yate Granma se incrementa la ejecución de actividades como sabotajes, colocación e inscripción de carteles con lemas en lugares públicos, estallido de petardos, distribución de cuartillas y octavillas que aparecieron en cines, parques y calles.

En Sabanilla, un barrio rural cercano a Las Arenas, a unos 15 kilómetros de la ciudad de Las Tunas, el revolucionario Aquiles Espinosa Salgado conversa con su esposa Fela Núñez, junto a su pequeño hijo Ulises. Oriente vive momentos tensos por la represión del coronel Fermín Cowley Gallego en toda la zona nororiental de la provincia.

Y en la ciudad de Las Tunas, Marino y Alemán, dos de los asesinos de la tiranía de Fulgencio Batista conversan sobre sus macabros planes para esa noche.

- Oye Marino, ya casi es la hora de la misión que tenemos y todo se hará de forma simultánea con los revoltosos estos.

- Todo está bajo control, Alemán. Y todo es cuestión de tiempo. Dice el jefe que Cowley fue preciso: que no quede uno y aquí en Tunas son como 10.

- Y por suerte, a nosotros nos toca el mulatico plantillero, que se cree cosas. Pobrecito. Aquiles Espinosa, cará. Lo que te queda es un tilín en esta tierra.
Marino acaricia su pistola calibre 45 y sus ojos denotan la maldad de su mente.

- Yo no quisiera estar en su pellejo. ¿A qué hora nos vamos? –vuelve a decir Marino y Alemán lo mira con malicia.

- Ya casi –asegura Alemán-. En cuanto llegue Saavedra en el yipi. Son las diez y cuarto. En media hora estamos en Sabanilla. Recuerda, si se resiste no podemos matarlo en el barrio. Lo trasladamos para Sarandico, cerca de Pozo Salado, por allá atrás, y entonces le ajustamos las cuentas.

- ¿Y si se resiste? Tú sabes que él es echao palante.

Alemán sonríe con malicia y acaricia su pistola.

- Bueno, somos tres. Si se resiste lo metemos en el yipi a la fuerza, pero nada de tiros en el barrio. Eso tiene que ser lejos de allí.

- ¿Y tú crees, Marino, que ese revoltoso nos diga algún nombre de los otros revolucionarios y dónde esconden las armas?

- Yo creo que él no va a hablar. El tipo es de armas tomar, aunque la tortura ablanda a cualquiera. Pero que hable o no hable eso no es lo más importante. De todas maneras se la vamos a arrancar, que es la orden de Cowley.
En Sabanilla, en la casa de los Espinosa Núñez, Aquiles está sentado en la cama junto a Fela, a la luz de un candil.

- Ya se durmieron los niños. Ulisito al fin se rindió, aunque es duro de pelar para que se duerma ese muchacho.

- Él no durmiera por andar detrás de ti, Ulises. Ven, acuéstate, vamos a conversar un rato.

- ¿Y cómo está esa barrigona? Ahorita pares.

- Dios te oiga. Estoy loca por parir ya. Casi no pude ni comer, porque me siento molesta. Oye, hablando de otra cosa, dicen que Holguín está revuelto.
- Tiene que estar revuelto con lo que estamos haciendo. Los esbirros se sienten inseguros.

-  Eso es lo que me preocupa. Ellos se vuelven más peligrosos cuando se sienten acorralados. (TR) Y hablando de otra cosa, ¿vas a volver a trabajar con el gobierno?

- Qué va. Tú sabes que dejé la inspección de agricultura por el descaro de esa gente.

- Pero quizás dentro del gobierno pudieras ser más útil a la Revolución…

Los toques a la puerta de la calle interrumpen la conversación del matrimonio, y Fela se sienta en la cama, asustada, mientras mira a Ulises con preocupación.

- ¿Quién será a esta hora? No vayas a abrir.

- Tranquila, que no va a pasar nada. ¿Quién es?

-  Soy Marino. Necesitamos hablar contigo. Es solo un momento.
- ¿Pero a esta hora?

- Te digo que es solo un momento.

- Ven, Fela, alumbra con el candil.
- ¿Y tú vas a salir?

- Ven, alumbra.

Aquiles, en camiseta abre la puerta mientras Fela sostiene el candil que alumbra la sala de su casa.

- ¿Qué hay? –dice Aquiles, mientras escudriña el rostro de los dos hombres parados frente a él.

- Necesitamos que vayas con nosotros, tu amigo Octavio Couzo, te está esperando –dice Marino.

- ¿¡Couzo!?

- Couzo, sí. Él está en problemas y dice que eres el único que puede ayudarlo.
- No te preocupes, Fela, vuelvo enseguida.

- Marino apaga el candil que sostiene Fela y cierra la puerta. Junto a Alemán, y Saavedra, todos miembros del Servicio de Inteligencia Militar, llevan a Aquiles hacia el yipi. Parten a toda velocidad, fuera de Sabanilla. Ya en Sarandico, cerca de Pozo Salado, se desmontan del carro.

- Dale, baja –ordena Marino y empuja a Aquiles que se resiste ante la fuerza de los tres hombres que lo golpean fuertemente. Marino se dirige a él con un tono amenazante.

- Ahora me vas a decir el nombre de todos los revoltosos que andan contigo y dónde están las armas.

- No sé de qué me hablas.

- Ah, no sabes.

Los golpes caen una y otra vez sobre el rostro de Aquiles, que se mantiene firme aun en su indefensión, porque es sujetado por ambos lados por Saavedra y Alemán.

- Me lo dices o no –grita Marino al tiempo que lo golpea en pleno rostro, lleno de sangre.

- No sé de qué me hablas.

- Vamos a ver si sabes o no.

Los golpes vuelven sobre Aquiles. Alemán toma un hierro y le propina un golpe en la cabeza. Aquiles cae con parte del cráneo destrozado. Ya en el suelo, le dan 51 punzonazos, y lo cuelgan en un árbol en aquel lugar desolado nombrado Sarandico, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Las Tunas. Aun horriblemente mutilado para que delatara a sus compañeros y los planes de lucha, el revolucionario tunero resiste sin decir nada.

Al otro día, lo encuentran y lo velan en su casa de Sabanilla, vigilado constantemente por los esbirros de la inteligencia militar.

El entierro de Aquiles tiene que adelantarse porque Fermín Cowley Gallego se dirige a Las Tunas. Ya se había realizado en la ciudad de Las Tunas el sepelio de su compañero de lucha Pelayo Cusidó, asesinado también la noche anterior, el cual había sido una manifestación contra el gobierno, dispersada por los guardias de la tiranía.

Y en Sabanilla, la llama de la Revolución también se aviva con el asesinato de Aquiles.

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