Restos de la antigua Keta. |
Boyal Emmanuel despierta
de la madrugada y comienza a preparar sus redes para salir en busca del
sustento diario. Se detiene en la puerta de su pequeña casa y mira hacia el
mar, del que sale un ronquido que él conoce muy bien. “Habrá tormenta”, se dice
al tiempo que sigue preparando sus artes, pero no se sustrae a la tentación de
mirar una y otra vez hacia la masa de agua que ruge imponente, mientras las ráfagas de viento, a
ratos, se hacen sentir sobre el techo.
Antes de clarear la
mañana, Emmanuel desiste de salir en su bote, después de varios intentos; se
dispone a poner a buen recaudo su pequeña embarcación, mas no puede. La
tormenta llega con su canto de guerra. El mar se alza sobre Keta, pueblo de
pescadores, y ansía devorarlo todo. El joven marino se da cuenta de lo que se
aproxima y por ese instinto de salvación, corre en sentido contrario a la masa
de agua, alejándose de la costa.
En un breve período de tiempo el mar se traga las casas y su gente. Keta va desapareciendo entre las turbulentas aguas del Golfo de Guinea que avanzan más de un kilómetro sobre el barrio de pescadores.
Muchos años después
El año 1947 fue el punto
de partida para una nueva Keta, aunque nunca ha sido igual a la de aquel día en
que el mar penetró sobre su cuerpo y la destrozó completamente.
Ahora Keta es algo
distinta. Aun cuando en su playa emergen restos de lo que fue a mediados del
pasado siglo, nunca ha llegado a ser aquel pueblo alegre. Cada uno de sus
habitantes lleva todavía el luto por un ser querido tragado por el mar.
Anders y Raúl, en plena faena en la costa. (Fotos: Ahmed Velázquez) |
Boyal Emmanuel lo sabe
muy bien. Ahora, cuando relata esta historia, sus viejos ojos brillan en el
tiempo, y aquel triste acontecimiento lo compara, desde una perspectiva
positiva, con otro hecho que ha sacudido a la nueva Keta: la llegada de dos
jóvenes médicos cubanos que se han adueñado del corazón de los pescadores,
quienes son asaltados por los galenos cuando terminan de pescar y son atendidos
mientras preparan los botes para el descanso.
Aunque algunos pescadores
protestan, Raúl les revisa sus dientes y los orienta en la propia orilla del
mar para que vayan a su consulta, en una labor de terreno peculiar. Su
compañero Anders, con su estetoscopio y esfigmo
a cuestas anda en busca de la detección y prevención de enfermedades
entre los pescadores, quienes en ocasiones lo miran incrédulos por encontrarlo
demasiado joven.
Ha sido difícil
insertarse en este mundo de pescadores que en su mayoría nunca habían visto un
médico. “Al principio nos veían como a intrusos que venían a perturbar su paz,
pero poco a poco hemos ido ganando adeptos y hoy existe linda una relación
entre nosotros”, dice Anders y mira
hacia las intranquilas aguas del Golfo de Guinea, allá, a unos cientos de
metros, donde se supone que está sumergida la antigua Keta.
Para Raúl ha sido mucho
más difícil. Hay que ver a un estomatólogo ejerciendo aquí, donde la mayoría de
las personas se limpian mal los dientes con unos palitos que acaban con las
encías. Lograr que abrieran la boca en la misma orilla del mar ha dado un
trabajo que ni hablar de eso; pero con perseverancia y buen trato se ha ganado
a la mayoría de ellos, aunque algunos estén renuentes e influyan en los otros.
Raúl y Anders también
tienen una influencia muy grande en la otra parte de Keta, esa que se ha
levantado ahora a unos pocos metros de la costa. Tanto en el hospital del
distrito donde laboran como en todo el pueblo, la gente los admira y los trata
como a dos de las personalidades más importantes del lugar.
Los dos galenos de la
Isla no se envanecen por ello. Por el contrario andan a la sombra del pueblito de Ghana, en el África subsahariana, y por las tardes llegan hasta la playa en busca de los cocoteros y el azul del
Golfo de Guinea, y se sientan a mirar el infinito para estar más cerca de Cuba.
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