Había
dejado de hacerlo desde que era un niño, cuando veía que en algunos años mi Rey
Baltazar no me complacía con lo que pedía, porque en mi inocencia no era
comprensible la escasa economía de mis padres.
Pero hoy he
vuelto a pasar esa página porque los Reyes Magos le han traído el mejor regalo
a los cubanos de hoy, multiplicados en el amor de Gerardo Hernández Nordelo y
Adriana Pérez: su hija Gema, tan esperada por el pueblo de la Isla como por
ellos después de tanto encierro, tanta separación, tanto sufrimiento.
Gema ha no
ha sido un milagro, sino fruto genuino de un amor profundo y limpio, como pocos
tal vez, porque aun cuando la historia puede estar llena de bellos amores, los
cimientos este, pero sobre todo la firmeza y la esperanza de sus protagonistas
tampoco quizás tenga comparación alguna.
Ahora me
vienen claras las palabras de Adriana en una entrevista que le hice en 2005: “Siempre
quisimos tener dos hijos, hembra y varón... dos por aquello de no dejar un hijo
solo, de que los hijos únicos son más dependientes de los padres, y se
sacrifican un poco de esa manera…”
“Después,
cuando ya había pasado un poco el tiempo, que si nos quedábamos con uno que si
iba a ser hembra, o varón, yo quería que fuera hembra, él varón, para que
siguiera el apellido, toda esa historia quedaba ahí; ya habíamos empezado a
preparar una canastilla, con el comienzo del Período Especial, yo estudiaba y
habíamos pensado que cuando terminara mi carrera, porque estudiaba y
trabajaba... y así pasó el tiempo y llegó la misión de Gerardo y comenzamos a
posponer un poco este sueño porque la edad nos lo permitía; y ya en una conversación
llegamos al acuerdo de no tener los hijos estando separados”…
Y en cuanto
a lo que quisiera que sacaran sus hijos de Gerardo me confesó después de reírse
a carcajadas: “la sonrisa, me gusta como Gerardo se ríe, muchísimo, y el color
de los ojos... ¿Y de mí?... Las cejas”.
Seguramente
que la pequeña Gema, todo un símbolo no solo para el amor son para las causas
más justas del mundo, habrá sacado lo que Adriana decía, pero sobre todo,
vivirá feliz con el amor de sus padres, y cuando sea grande y sepa comprender
parte de la vida, sabrá su historia, su bella historia, y los mirará despacio,
como una vez lo hizo su madre ante su padre, con la certeza de que el amor es
como el viento al fuego: aviva a los fuertes y apaga a los débiles.
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