Carlos y Antonio en plena comunidad. (Foto: Ahmed Velázquez) |
Lawra es un pueblito que
se alza entre lo más intrincado de la selva de la Región Norte Superior de la
República de Ghana, en el África subsahariana, en el cual la lluvia siempre da
la bienvenida al visitante.
Cada amanecer sus
callejuelas de tierra roja y fango arcilloso anuncian la falta de un sol que no
nace para todos. Los pastores conducen
sus ovejas con la esperanza de
que un día no se parezca a otro, de que al fin sonría la fortuna.
Amuka Abudu lo sabe muy
bien. En sus 80 años sobre esa tierra que se alza en la parte más alta de ese
país ha visto nacer y morir a varias generaciones y, ahora, mira con asombro y
cierto respeto a dos hombres blancos que han sido enviados desde el más allá
para cuidar de su pueblo rojo.
Las noches de Lawra son todas iguales: la lluvia y los relámpagos, como intrusos que irrumpen en la oscuridad de la selva y apagan sus sonidos y sombras, son el mejor momento para Amuka sentarse a mirar el horizonte, a fumar en su pipa una hierba que según las creencias constituye el secreto de su longevidad. Y cuando por excepción aparece la luna, entonces le da gracias a su dios por un acontecimiento que es el primero en Lawra, por lo menos en sus 80 años de vida: la aparición de los dos herbalist de piel blanca que, al fin, han venido a salvar a los suyos.
Las noches de Lawra son todas iguales: la lluvia y los relámpagos, como intrusos que irrumpen en la oscuridad de la selva y apagan sus sonidos y sombras, son el mejor momento para Amuka sentarse a mirar el horizonte, a fumar en su pipa una hierba que según las creencias constituye el secreto de su longevidad. Y cuando por excepción aparece la luna, entonces le da gracias a su dios por un acontecimiento que es el primero en Lawra, por lo menos en sus 80 años de vida: la aparición de los dos herbalist de piel blanca que, al fin, han venido a salvar a los suyos.
Pero Antonio y Carlos no
curan con yerbas como piensa Amuka. Ellos se adueñaron de Lawra para salvar a
cientos de niños, mujeres y ancianos, con una peculiar forma de trabajar: ir
constantemente en busca de los nativos.
La idea surgió al ver que
la gente no asistía al hospital del lugar, entonces comenzaron a visitar las
comunidades; y los domingos de mercado, cuando cientos de personas se
concentran allí, invaden el lugar en busca de mujeres embarazadas y niños
desnutridos. Así citan a las madres y a sus pequeños para el hospital, y si no
asisten, los buscan en sus casas, lo que les ha permitido disminuir notablemente
la mortalidad infantil y mejorar la salud de los nativos.
Por eso Amuka Abudu, todo
un símbolo de Lawra, recibe cada semana a los médicos cubanos en su pequeña
choza de barro que se alza en una de las elevaciones del lugar, comparte con
ellos el pitó, que es la bebida tradicional confeccionada con millo hervido y
fermentado, les agradece lo que hacen por su pueblo rojo, aunque en realidad
mire con cierto respeto el esfigmo y el estetoscopio que los médicos llevan
consigo.
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