miércoles, 25 de marzo de 2015

Gerardo y Hazeem, felices por el encuentro. (Foto: Ismael Francisco)
El encuentro con mi sobrino Hazeem, hijo de mi inolvidable hermano Ahmed Velázquez, es uno de los hechos más importantes que he experimentado en los últimos tiempos.

Sandra Teresita, su mamá, me escribió por Facebook, me dijo que Hazeem estaba en La Habana de visita y me dio un teléfono para que lo llamara. Casualmente, por la noche yo viajaba a La Habana. Lo llamé y andaba con su prima para Varadero, y marché hacia la capital.

Ya en La Habana, me llamó al celular al otro día por la mañana:

-Tío Migue, es tu sobrino Hazeem, ¿no piensas venir a verme? Y me fui al encuentro esperado por más de 10 años, porque después de la muerte de su padre, se fue con su mamá a vivir a Miami cuando solo tenía nueve años de edad y aunque hablábamos vía Facebook nunca más nos habíamos visto personalmente.

Junto a Ismael Francisco, Adriana, Gema y Gerardo.
Confieso que nunca pensé que Hazeem fuera un joven tan correcto, educado, formal y con tanta madurez para sus apenas 19 años. Con barba a lo medieval es la misma estampa de su padre, la misma cara, la misma risa, la misma forma de proyectarse y con los genes del padre a la hora de ver la vida, salvando la distancia de edades.

-Háblame de mi padre, de África- me dijo y comenzó a preguntarme por pasajes de su papá en Ghana, donde trabajamos juntos en 2001, dándole cobertura a la labor de los médicos cubanos en el olvidado continente, y hablamos mucho, mucho no solo de Ahmed, sino de su vida, de sus planes, de sus estudios en la Universidad, de su trabajo en una tienda de audífonos y como productor de música en un grupo que va dando muestras de calidad en ese difícil mundo; de su amor por Cuba, que lo atrae sin remedio…

Con la bella Gema. (Foto: Ismael Francisco).
Y a medida que hablábamos y compartíamos ideas, me parecía que tenía a Ahmed delante de mí, con su peculiar forma de ver la vida, y mi orgullo crecía y crecía, porque sentía cómo pagaba una especie de deuda con mi hermano fallecido, pero sobre todo con la vida, porque aunque Hazeem viva en los Estados Unidos siempre he estado cerca de él, tanto por su mamá Sandra Teresita como por él mismo, y siempre que ve una foto de África que publico en Facebook me pregunta que si es de su papá, y siento orgullo cada vez que le respondo afirmativamente.

Hazeem sacó lo mejor de los genes de su papá y de su mamá, pero sobre todo de sus enseñanzas, de todo lo que su padre hablaba con él en la casa o cuando siendo muy pequeño se lo llevaba para sus aventuras de trabajo, en la Ciénaga de Zapata o en cualquier otro lugar intrincado del país, y por supuesto, de la esmerada educación que le ha brindado todos estos años su progenitora, para hacerlo un joven de bien.

También me habló con mucho cariño de Monchy Gattorno, el esposo de su mamá, quien según sus palabras ha sido especial con él y lo ha tratado como un verdadero hijo, de las locuras de su hermano Luisi con su pequeña y preciosa hija, de la vida, la gente, las cosas, y fueron unas dos horas hablando y hablando y viviendo momentos inolvidables.

Después tuvo que llegar la despedida porque él tenía muchas cosas que hacer en el poco tiempo que andaba por acá y yo debía asistir a una reunión, y aunque quedamos de vernos otra vez nos resultó imposible por sus compromisos y por los míos.

Ya por la noche antes del día de mi regreso, lo llamé y por fin lo encontré en casa de su tía Gisela, y estaba eufórico porque había estado en la casa de Gerardo Hernández Nordelo, quien desde su encierro fue muy amigo de Ahmed, y desbordaba su alegría por aquel encuentro con un hombre extraordinario, su esposa Adriana y su pequeña Gema.

-No te preocupes, tío, que en agosto pienso volver y nos veremos- me dijo y se me hizo un nudo en la garganta por tanta dicha, porque aquel fotorreportero recalcitrante de Granma Internacional que anduvo conmigo por las selvas africanas, dejó una semilla en esta tierra, como una muestra de la impronta de su corta vida, y para demostrar que de los grandes padres siempre nacen grandes hijos.



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Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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