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Gerardo y Hazeem, felices por el encuentro. (Foto: Ismael Francisco) |
El encuentro
con mi sobrino Hazeem, hijo de mi inolvidable hermano Ahmed Velázquez, es uno
de los hechos más importantes que he experimentado en los últimos tiempos.
Sandra
Teresita, su mamá, me escribió por Facebook, me dijo que Hazeem estaba en La
Habana de visita y me dio un teléfono para que lo llamara. Casualmente, por la
noche yo viajaba a La Habana. Lo llamé y andaba con su prima para Varadero, y
marché hacia la capital.
Ya en La
Habana, me llamó al celular al otro día por la mañana:
-Tío Migue,
es tu sobrino Hazeem, ¿no piensas venir a verme? Y me fui al encuentro esperado
por más de 10 años, porque después de la muerte de su padre, se fue con su mamá
a vivir a Miami cuando solo tenía nueve años de edad y aunque hablábamos vía
Facebook nunca más nos habíamos visto personalmente.
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Junto a Ismael Francisco, Adriana, Gema y Gerardo. |
Confieso
que nunca pensé que Hazeem fuera un joven tan correcto, educado, formal y con
tanta madurez para sus apenas 19 años. Con barba a lo medieval es la misma
estampa de su padre, la misma cara, la misma risa, la misma forma de proyectarse y
con los genes del padre a la hora de ver la vida, salvando la distancia de
edades.
-Háblame de
mi padre, de África- me dijo y comenzó a preguntarme por pasajes de su papá en
Ghana, donde trabajamos juntos en 2001, dándole cobertura a la labor de los
médicos cubanos en el olvidado continente, y hablamos mucho, mucho no solo de Ahmed, sino de su vida, de sus
planes, de sus estudios en la Universidad, de su trabajo en una tienda de
audífonos y como productor de música en un grupo que va dando muestras de
calidad en ese difícil mundo; de su amor por Cuba, que lo atrae sin remedio…
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Con la bella Gema. (Foto: Ismael Francisco). |
Y a medida
que hablábamos y compartíamos ideas, me parecía que tenía a Ahmed delante de
mí, con su peculiar forma de ver la vida, y mi orgullo crecía y crecía, porque
sentía cómo pagaba una especie de deuda con mi hermano fallecido, pero sobre
todo con la vida, porque aunque Hazeem viva en los Estados Unidos siempre he
estado cerca de él, tanto por su mamá Sandra Teresita como por él mismo, y siempre
que ve una foto de África que publico en Facebook me pregunta que si es de su
papá, y siento orgullo cada vez que le respondo afirmativamente.
Hazeem sacó
lo mejor de los genes de su papá y de su mamá, pero sobre todo de sus
enseñanzas, de todo lo que su padre hablaba con él en la casa o cuando siendo
muy pequeño se lo llevaba para sus aventuras de trabajo, en la Ciénaga de
Zapata o en cualquier otro lugar intrincado del país, y por supuesto, de la
esmerada educación que le ha brindado todos estos años su progenitora, para
hacerlo un joven de bien.
También me
habló con mucho cariño de Monchy Gattorno, el esposo de su mamá, quien según
sus palabras ha sido especial con él y lo ha tratado como un verdadero hijo, de
las locuras de su hermano Luisi con su pequeña y preciosa hija, de la vida, la
gente, las cosas, y fueron unas dos horas hablando y hablando y viviendo
momentos inolvidables.
Después
tuvo que llegar la despedida porque él tenía muchas cosas que hacer en el poco
tiempo que andaba por acá y yo debía asistir a una reunión, y aunque quedamos
de vernos otra vez nos resultó imposible por sus compromisos y por los míos.
Ya por la
noche antes del día de mi regreso, lo llamé y por fin lo encontré en casa de su
tía Gisela, y estaba eufórico porque había estado en la casa de Gerardo Hernández Nordelo, quien desde su encierro fue muy amigo de Ahmed, y desbordaba
su alegría por aquel encuentro con un hombre extraordinario, su esposa Adriana
y su pequeña Gema.
-No te
preocupes, tío, que en agosto pienso volver y nos veremos- me dijo y se me hizo
un nudo en la garganta por tanta dicha, porque aquel fotorreportero
recalcitrante de Granma Internacional que anduvo conmigo por las selvas
africanas, dejó una semilla en esta tierra, como una muestra de la impronta de
su corta vida, y para demostrar que de los grandes padres siempre nacen grandes
hijos.
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