sábado, 25 de abril de 2015

Desde niño tuvo inclinaciones por los cuentos, y se la pasaba inventando historias que escribía detrás de sus libretas de la escuela, pero no es hasta que ingresa al Servicio Militar en La Habana, cuando comienza en serio en la literatura, con una visión menos estigmatizada, y con patrones universales que le hicieron descubrir su propio camino, como César Vallejo, Pablo Neruda y Eliseo Diego.

La guerra de Angola sorprende a Carlos Esquivel en plena juventud, y las huellas del desastre marcan sobre todo su mente, porque vive la muerte, la metralla, las desgracias humanas, y en medio de las calamidades y la zozobra que impone un enfrentamiento armado, toma los versos en serio, y aunque desecha muchas cuartillas otras sobreviven el momento y el tiempo, para convertirse en poemas que va moldeando en cada revisión posterior o sobre la marcha, encima de un camión, o dentro de la trinchera, en espera del silbido de los proyectiles de los cañones enemigos.

En Angola, Carlos Esquivel lee en voz alta para sus amigos y otros miembros de la tropa, que se olvidan por momentos de la guerra por la belleza de aquellas palabras que traspasan el umbral del espíritu, y sus textos le sirven no solo para crecer como poeta, porque lo impulsan a cumplir con éxito cada misión del mando superior, y es condecorado por servicios distinguidos y gana algunos premios convocados por la Misión Militar Cubana.

Así pasaron largos años, y llega victorioso a casa, más espigado sobre sus más de seis pies de estatura, y con el corazón dándole vuelcos por la vida, que preserva a fuerza de tesón y de versos, de entereza y valentía, aunque el tiempo y sus desafueros lo marquen para siempre porque la huellas de la guerra no lo abandonarían jamás en su tortuosa vida, llena de espantos y ternuras, de sacudiones e intranquilidad.

Impetuoso y decidido ingresa en un taller literario, y aunque algunos de sus textos sucumben ante los análisis, otros, la mayoría, logran traspasar las miradas escrutadoras y los análisis casuísticos de sus compañeros, que veían y sobre todo sentían, que estaban delante de alguien grande no solo de estatura, sino de espíritu, y al mismo tiempo se involucra en su otra pasión: el cine, para analizar cintas y verter criterios sobre el buen o el mal hacer en el séptimo arte, que lo atrapa como la literatura para no soltarlo más.

Hoy, con el paso del tiempo y las distancias, con las musas despiertas y dormidas, con la vida golpeándole la espalda y la prisa siempre detrás de sus pasos, Carlos Esquivel es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba después de integrar la Asociación Hermanos Saíz, y sus libros asombran y acarician a los lectores que se sienten realizados con sus versos y sus narraciones, y sus premios nacionales e internacionales lo reconocen como el más grande del momento de la poesía tunera, siempre junto a los escritores Guillermo Vidal y Alberto Garrido, una trilogía prominente en sus letras de encanto, y lo conocen personas de Europa y Latinoamérica, y sus versos, cuentos y novelas acompañan a seguidores de Canadá, México, Argentina, España, Puerto Rico, Estados Unidos y Cuba.

Entonces, como para recordar quién es y de dónde viene, siempre, en algún momento de estacionamiento en el camino, se da un baño de luz y recuerda sus primeros poemas de finales de los años 80 del pasado siglo, y se mira a sí mismo y desdeña todo orgullo, porque viene de la guerra y la paz, de la nada y del todo, con los pies puestos en la tierra que le acaricia los pasos, y sin ufanarse por su magia para enamorar a quienes lo leen.

Por el contrario, sigue Esquivel siendo el mismo muchacho, un poco más grande, que partió a Angola y compartió la trinchera por un mundo mejor, y maneja la angustia del precio de ser él mismo, al decir de Silvio, y trastoca lo malo en bueno, y supera la desidia y los malos ojos, y se levanta con su voz despierta y sus versos afilados, para poner en alto la literatura de la provincia de Las Tunas y de Cuba, sin proponérselo, porque solo sabe que es mortal y que los mortales sucumben un día, y de ahí la necesidad de vivir su tiempo y sus espacios con el alma abarrotada de sueños y placeres, sinsabores y encontronazos, amores contentos y amores destrozados, porque el azar marca al poeta y su vida, siempre incompleta, siempre perdurable.


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Este es mi espacio personal para el diálogo con personas de buena voluntad de todo el mundo. No soy dueño de la verdad, sino defensor de ella. Vivo en un país libre y siento orgullo de ser cubano.

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