No hay nada
más bello que un poema, ni siquiera una mujer desnuda.
En eso
pienso cuando leo los Poemas necesarios
seleccionados y prologados por el reconocido escritor Antonio Guitérrez
Rodríguez, que ha tenido la brillante idea de reunir en un texto útil, aquellos
versos de poetas tuneros que le cantan al amor en sus más disímiles facetas: a
la pareja, la madre, el padre, o como dice el propio autor, poemas que sirven
para besar la mejilla, para enamorar, felicitar o emprender vuelo mediante una
tarjeta de fin de año.
“La poesía
toda es necesaria para la vida; en momentos difíciles salvan el espíritu y en
los buenos alimenta”, expresa en el prólogo Gutiérrez Rodríguez con esa prosa
que solo los poetas pueden lograr.
Y es muy
cierto. Porque a medida que el lector se adentra en el texto comprende mejor el
porqué Henry Rodríguez Borjas no sabe adónde ir si sus pasos lo llevan a las
orillas de la amada, o cómo la bella y talentosa Yelaine Martínez Herrera
afirma que un corazón peregrino vale más que los diamantes y pide un beso sin
ser beso, en la orgía de dos bocas que matan y consuelan; o que Lucy Maestre se
consume en la fiebre y la osadía mientras sigue en el fuego todavía herida por el
sexo y envuelta en el alud de unas caderas.
Gozo es saber
que Odalys Leyva sueña con desiertos y una habitación rodeada de montañas con
un hombre disperso en sus caderas; o escuchar a Reyna Esperanza Cruz ofreciendo
la flor de la ternura y la esperanza de un año que comienza como otro puente a una vida; o al propio
autor Antonio Gutiérrez gritando la necesidad de nadar en la ternura de unas
aguas, caminando dentro del orgasmo de una mujer, sombra y luz, oráculo del
misterio.
Poemas necesarios
de Renael González diciéndole a su madre anciana pequeña mariposa en la cocina,
con una lucecita de amor en sus pupilas grises que hondo germina, al tiempo que
el padre prende su tabaco en una brasa y al trabajo con prisa se encamina; y de
Waldo González López con las ansias de que siembren en su pecho un lucero para
que nazcan sus madrugadas; o Aleido Rodríguez Cabrera con Macondo cumplido bajo
la lluvia, la soledad de vivir en un siglo así.
Con este
libro me viene a la mente aquel pensamiento de Wichy Nogueras: “¿y si la poesía
se valiera del poeta como el hombre madrugador del café para despertarse?;
aunque en este caso, la poesía despertaría con el poeta para ponerse a soñar”.
Y como casi siempre, el gran Wichy el rojo tenía razón, porque es un libro para
ponerse a soñar, bello regalo de Antonio Gutiérrez y de la Editorial Sanlope, de la provincia de Las Tunas, que reúne a nueve autores tuneros para alegrar el espíritu con versos que se
incrustan en las carnes.
Lo más prudente
de un poeta –y vuelvo a parafrasear a Wichy- es escribir sin averiguar
demasiado. Aunque en este caso, digo yo, el lector seguramente averiguará mucho
más de estos autores que nos acarician con sus poemas necesarios.
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