El
día que Rogelio Ricardo llegó a Las Tunas procedente de su natal Holguín, la
ciudad se sonrojó de orgullo, porque enseguida descubrió a un hijo que llegaba,
cual emisario que ayudaría a enrumbar los destinos de las artes plásticas del
territorio, que aunque tenía algunos buenos exponentes, le faltaba líderes para
encauzar el asunto.
Entonces
conoció a Rafael Ferrero y Armando Hechavarría, talentosos jóvenes pero un poco
mayores que él, que llegaba sin barba y con su pelo negro en la adolescencia de
sus años acabado de egresar de la academia de artes plásticas, y se dedicó
además de la creación artística a la enseñanza de las artes plásticas, por lo
que fue decisiva su labor desde el primer momento.
Después,
con el tiempo, Rogelio ratificó su condición de hijo ilustre de Las Tunas, y
comenzó a crecer junto a su ciudad, que poco a poco se fue convirtiendo en la
Capital de la escultura cubana, por el empuje de un grupo de jóvenes que se
arrimaron a la consagrada Rita Longa, para llevar el arte bidimensional y
tridimensional hasta sus últimas consecuencias.
Hoy
Rogelio es una de las personalidades más queridas de Las Tunas, porque aquí no
sólo ha echado su vida y su obra, sino que ha fomentado todos los empeños para
que esta ciudad avance hacia el desarrollo y no solo del arte, sino en todos
los sectores del saber humano.
Siempre
que anda por las calles, Rogelio recibe el cariño de su pueblo, y retribuye ese
amor con creces, porque todos lo paran, conversan, lo admiran, le preguntan, y
él, con su paso aparentemente cansado, barba a lo medieval y su sabichosa forma
de ver la vida, disfruta de su ciudad y su gente, y enrumba hacia cualquier
lugar para vivir plenamente cada momento, cada detalle.´
El
carisma de Rogelio Ricardo va más allá de la inmensidad de un artista de la
plástica, y embruja con su pensamiento, su diálogo y su forma de reírse de sus
ocurrencias, y en cada reunión de colegas le buscan la lengua que casi siempre
va a parar a la diana que constituye Chucho Vega Faura, su más grande amigo, de
quien habla e inventa cosas, porque para él, Chucho es una de las personas más
extraordinarias que existen, y con su peculiar forma de dar cariño, lo tiene
siempre presente.
En
materia artística Rogelio es de los buenos, de los imprescindibles, y su obras
se esparcen por la ciudad, y sus cuadros ocupan colecciones institucionales y
personales no solo en Cuba, porque sus conceptos figurativos están hecho para
hacer felices a los demás.
Por
eso es que hay que querer irremediablemente a Rogelio Ricardo, por su obra y
por su vida, por su carisma y sus atributos personales, que lo reconocen hoy
como uno de los mejores hijos de esta ciudad, a la cual una vez llegó y de la
cual nunca más pudo despegarse, ni siquiera cuando viaja a Paris, porque a Las
Tunas no la cambia ni por la Ciudad Luz.
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