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Calle Enramadas de mis sueños. |
Santiago de
Cuba, la ciudad de mis nostalgias, de mi adolescencia, de mis estudios, de las
bellas muchachas que pasaron por mi vida en aquellos años en que solo me
importaba la vida, y en algo, mis deberes en el aula.
No es Santiago
solo una ciudad heroína; es una urbe hospitalaria, calurosa y acogedora, que te
cautiva para siempre y ya no te suelta más, que te lleva por sus lomas arriba o
abajo para meterse por tu piel en cada cuadra, en cada casa, en cada parque, en
cada esquina.
Ha pasado
tiempo de mi partida de la tierra santiaguera, donde viví los tres mejores años
de mi adolescencia, estudiando y viviendo a plenitud, y nunca me he adaptado a
la idea de su lejana belleza, de sus calles e inmuebles que incitan a caminar y
caminar, a pesar de las distancias.
Calvario, San
Jerónimo y Enramadas, Calle 6 y el Reparto Santa Bárbara, el preuniversitario Cuqui
Bosch y la secundaria básica Rafael María de Mendive; el club 300 y El Baturro,
parque Céspedes, el paseo de Martí y Trocha y Calle 100; el Parque San Juan y
Vista Alegre, Sueño y el estadio Guillermón Moncada; Ferreiro, Avenida de
Garzón, la Central y Plaza Marte; playas Siboney, Mar Verde, Ciudad Mar y
Caletón, cine Cuba y teatro Oriente, San Pedro del Mar, Loma de Quintero y su Universidad, son lugares que siempre
estaban conmigo y aún desandan mi vida en la distancia.
¿Y mis
amigos? ¡Ah, mis amigos! Negros casi todos, blancos los menos: Joel Salas y Ángel
Lemes Cuadra, negros casi guardaespaldas, que me llevaban al ferry que servía
de club nocturno en la bahía o al Rancho Club buscando El Morro; Maritza
Cisneros, amor de mis amores en la casa de la Señora de los perros, en Vista
Alegre y en el Parque San Juan, por solo citar a la preferida; y muchos más que
siempre llevo conmigo.
Santiago,
bella y cautivante Santiago. Ciudad que añoro con el alma en la distancia y la
esperanza; que dedicó tres años de sus 500 a mi etapa de crecimiento en todos
los sentidos. Hoy la felicito y le recuerdo que la sigo amando como el primer
día, cuando llegué sin conocer nada y me enamoró para siempre con su existencia
paradisíaca, hasta el fin de los tiempos.
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