A
Ana María Nápoles la conocí en la Universidad de Las Tunas, cuando en el
segundo año de la carrera de Comunicación Social comencé a impartirle clases a
su grupo, con el que estuve alrededor de tres cursos escolares con diferentes
asignaturas.
Era
aquel un grupo emblemático, de una inteligencia promedio superior porque todos
eran aventajados, lo cual no es común en la docencia, porque como norma
sobresalen algunos por encima de los otros, pero el de Ana María era un grupo
inteligente porque todos lo era –lo son.
Ana
María era una de las estudiantes más formales, quizás por su formación, quizás
por su manera de pensar y de ser. Y no formal en la docencia, sino en la vida,
la cual miraba con cierta metodología, y de ahí que Zoilita y Rebeca, dos de
sus compañeras de aula y amigas más allegadas le decían «La Vieja» del grupo,
la de los buenos consejos, la de la rectitud ante los diversos caminos que se
abren a la juventud.
En
la Universidad la recuerdo precisamente junto a Rebeca y Zoilita (desaparecida
prematuramente unos meses después de graduada), quien muchas veces era la
confidente de Ana María, y no fueron pocas las que recibieron el consejo de
esta muchacha que quizás era demasiado seria para la alegría de aquel grupo de
estudiantes, lo que para nada quiere decir aburrida.
Quizás
nunca pensó Ana María que un día se dedicaría al periodismo y a la realización
radial, porque era más apegada a lo institucional, aunque en mis clases siempre
era de las más destacadas, tal vez porque llevaba una periodista dentro.
Y
así pasó el tiempo y pasó, y un día no muy lejano se graduó de comunicadora
social y la enviaron a trabajar a Radio Chaparra, la emisora del norteño
municipio de Jesús Menéndez, y fue grande mi alegría cuando la vi ya como
colega, y después nuevamente como alumna en un diplomado de Periodismo radial,
en el que como siempre compartía sus ideas y sus experiencias, discrepaba de
algún concepto o punto de vista, hecha ya una profesional.
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