
Eso
fue hace muchos años, tiempo en el que Argibaldo se graduó de la escuela
vocacional de Arte y del Instituto Superior de Arte, y de acumular cientos de
horas de estudio de la guitarra, instrumento que se sabe al detalle, pero que
cada día le sorprende con un sonido que puede resultar nuevo.
Joven
observador, filósofo de la vida y alumno siempre del arte, es Argibaldo una
persona querida por todos, por su forma de ser, su manera de ver la vida y de
tratar a los demás, a quienes comprende porque siempre se pone en su lugar, y
de ahí que sus triunfos vayan más allá de su existencia artística.
Decir
el nombre de Argibaldo es decir calidad interpretativa, calidad humana,
proyecciones presentes y futuras, lucha por un mundo mejor como persona y como
integrante de la sociedad que él decidió para vivir.
Sus
presentaciones siempre resultan memorables, porque es tanta la maestría
adquirida aun en su juventud, que asombra y sobre todo deleita el verlo en el
escenario, acariciando a su eterna compañera, que le es recíproca con sus
bellos sonidos que enaltecen el alma.
Guitarrista
concertista de excelencia, él pertenece a una generación de envidia en el
manejo del instrumento, y eso hace mayores sus éxitos, porque le ha tocado
vivir una época de elite en la guitarra, siempre bajo el manto de grandes
maestros como Andrés Segovia, a quien espera imitar al final de su vida para terminar
en un escenario, más allá de los 90 años, como su máxima aspiración, a lo que
él llama la definitiva consagración.
Y
seguramente así será, porque la vida premia a los grandes, a los que luchan siempre
por ser mejores, a los imprescindibles, en cuya fila ya se integra Argibaldo
Acebo, un hombre de bondad y de altruismo, quizás más allá del límite.
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