sábado, 31 de octubre de 2015

El Valle de los Ingenios es uno de los lugares más emblemáticos de cuba, y de los conjuntos arquitectónicos más completos y mejor conservados de América.

Este valle se encuentra en Trinidad, actual provincia de Sancti Spíritus, y fue una de las primeras villas fundadas en Cuba. En su entorno se encuentra la famosa Torre Iznaga, que encierra una buena dosis de leyenda, vinculada con la historia de los hermanos Iznaga, acaudalados hacendados de la época y dueños de varios ingenios dedicados al procesamiento de la caña de azúcar.

Según una de las leyendas, la construcción de la Torre Iznaga se debe a la disputa amorosa entre ambos hermanos, enamorados de la misma joven, y en una plena competencia decidieron edificar cada cual, una obra que definiera quién se quedaba con la muchacha.

Dicen que Alejo, uno de los Iznaga, levantó una torre de 45 metros de altura mientras su hermano Pedro perforó un pozo de 28 metros de profundidad, del cual todavía hoy beben agua pobladores de la localidad.

Otra de las leyendas asegura que la edificación de la Torre Iznaga fue ordenada por Alejo para encerrar en ella a su infiel esposa, y sus esclavos levantaron la bella obra que iluminó el Valle de los Ingenios, tanto por su altura como por su belleza en medio de aquel lugar.

No se sabe a ciencia cierta cuál de las leyendas le dio vida a la Torre Iznaga, mas lo que sí es real es el simbolismo de la obra para la región, y hoy, al paso de los años, es uno de los signos de riqueza que predominaba en la villa de Trinidad, sustentata por el desarrollo de la industria azucarera, el comercio y el turismo.

En lo sucesivo, al amanecer nueve campanazos despertaban a la dotación de esclavos con sus del Ave María, para la asistencia al trabajo agrícola y, por la tarde, anunciaría el final de la jornada. 

Hoy la torre es uno de los más bellos monumentos de la cultura nacional, y cuentan los vecinos que en las noches claras, en los últimos pisos de la torre se ve la silueta de una bella mujer que ilumina el lugar, y por las ventanas se ve su rostro con sus ojos fijos en el valle, siempre con una lágrima que rueda por sus mejillas, porque aún llora el encierro por los celos de su esposo.

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